Voy a morir ¿y qué?

TEXTO 1: Vida y la otra vida
RHChavez
Vida y la otra vida
– RH Chavez
Tres hermanos sabios fueron de cacería y, en el camino, encontraron un extraño y enorme nido, lleno de huevos gigantes. Sabían que pertenecían a un ave de tamaño gigante, con alas como las de un murciélago y un pico dentado. Al ver tantos huevos y notar que la madre no estaba cerca, decidieron llevarse uno, como botín de su expedición.
—Cuidado! que si regresa su madre, nos pilla y nos ataca —decía uno de los tres.
Con precaución, tomaron el huevo y se dirigieron hacia la selva para esconderse, pero el ave dueña del nido los descubrió desde lejos. Intentaron ocultarse, pero el ave rapaz los encontró y les arrancó los ojos.
Después de que el ave se alejó, los hermanos se reunieron como pudieron y conversaron:
—Ahora necesitamos cambiar de cuerpo —dijo uno de ellos.
—¿Qué forma tomaremos? —dijo el otro.
El tercero sugirió transformarse en leopardos.
Pero uno de ellos opinó:
—Algunos jóvenes no nos reconocerán en el pueblo y nos querrán cazar. Mejor volvamos como serpientes; será fácil escondernos en la tierra o en el agua.
Los otros no estaban de acuerdo, ya que siendo serpientes pensaban que podrían asustar a la gente y ser apaleados. Tras reflexionar un rato, a uno se le ocurrió una idea y dijo:
—¡Mejor, nos transformemos y regresemos como viento!
—Buena idea —respondieron los otros dos, y así llegaron a un acuerdo.
Decidieron avisar a su aldea sobre su retorno, pidiéndoles que los esperaran con chicha y guarapo. Luego, tan solo soltaron un pedo para dejar sus cuerpos y se transformaron en viento. Tiempo después, regresaron a su aldea en forma de un pequeño huracán, visitaron todas las chozas y acariciaron cada objeto…
Este es uno de los muchos relatos que escuché en mi niñez. Por eso en la nación Moseten el morir no es algo tan especial; es simplemente un cambio de estado.
Hace algunos años, tras vivir experiencias únicas e intensas, donde el riesgo de perder el cuerpo fue alto, decidí escribir un testamento, por si algo imprevisto me sucediera. Incluí en él todo lo que consideraba importante respecto a lo material y me generó un gran alivio mental y espiritual, y me permitió caminar más ligero. La sensación fue inexplicable y la considero recomendable realizarla a cualquier edad, genera una paz y ligereza agradable a través de un simple documento.
En esta vida, he tenido la suerte de nacer y vivir entre culturas sabias, como la Mosetén, Chimán y Trinitaria, así como la Aymara y Quechua. Además, he encontrado amigos sabios con quienes he compartido temas profundos, como es en el “Círculo Achocalla”.
A lo largo de mi vida, también he conocido y experimentado parte de la sabiduría cristiana y budista. No tengo duda de que, después de dejar este cuerpo, hay otros estados de existencia.
La sabiduría cristiana nos da la certeza de la resurrección y la vida eterna a quienes a pesar de su pasado, aceptan y luego siguen el camino de Jesucristo por medio de su evangelio. Dicho evento se dará en la segunda venida del hijo del Dios verdadero, cuando vivos y muertos nos volveremos a ver, antes de que esto suceda, el mal tratará de confundir y distorcionar este acto con señales falsas, es importante buscar la guia del mismo Señor Jesucristo y en su palabra.
«Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.» (1 Corintios 15:51-54; 1 Tesalonicenses 4:15-17; véase también Mateo 24:30 y Apocalipsis 1:7).
Por otro lado, la sabiduría budista enseña que regresaremos a este plano o al que nos corresponda, según el último sankhara predominante de esta vida. «Nos guste o no, al final de la vida, aquel sankhara que causó la huella más profunda está destinado a surgir en la mente; la próxima vida empezará con una mente de la misma naturaleza, con las mismas cualidades de dulzura o amargura. Creamos nuestro propio futuro con nuestras propias acciones».
Por experiencias personales, concluyo que hay cosas que no se pueden explicar con simples palabras, y que tratar de hacerlo puede incluso restarles valor.
En la sabiduría cristiana y busdista, así como el cuento con el que iniciamos y mis vivencias, me han llevado a comprender que la reencarnación y la resurrección son totalmente posibles. Considero que todo lo que hacemos, y cómo nos encontramos física y emocionalmente en esta vida, generan efectos en esta misma vida así como para lo que suceda despúes de dormir.
Me encanta la visión sobre la vida y la muerte en la sabiduría Mosetén. Por ejemplo, en el cuento con el que inicio este texto, tiene una gran carga simbólica y de sabiduría ancestral, lamentablemente, mucha de esa memoria ancestral está desapareciendo. Para la cosmovisión Mosetén, la muerte es solo un cambio de estado o la opción de cambiar de cuerpo, En la cosmovisión Moseten, filológicamente, el ser humano se define como la unión de dos componentes: la «carne» y «el que vive». La verdadera esencia del ser humano es «el que vive», mientras que la carne es solo materia que puede transformarse. Cuando un miembro de la comunidad alcanza el nivel de sabio(requiere pasar un proceso de purificaciòn fisica, moral y espiritual por medio una técnica y la abstención de alimentos impuros, intoxicantes y actos impuros), puede elegir entre rejuvenecer su propio cuerpo y extender su vida o transformarse en algo diferente. También puede decidir permanecerse en la esencia de «el que vive» y habitar los lugares que más aprecia, ya sea en este mundo o en otros planos. A veces se les encomienda la responsabilidad de otros seres. Cuando alguien fallece, para no afectar al ser que está dejando el cuerpo, durante su velorio y entierro se evita el llanto o el sufrimiento, para no interferir en el proceso de separación entre «el que vive» y la «carne».
Cada una de las culturas de nuestros pueblos ancestrales de oriente y occidente tiene sus propias concepciones respecto a la vida y la muerte, lastimosamente con el transcurso del tiempo mucha de esa sabiduría está desapareciendo por la influencia de la globalización y la tecnología, de todas maneras la esencia, las leyes o los principios se mentienen a pesar de ello.
Considerando todo lo anterior, tenemos alternativas, algunas mejores que otras, de todas maneras todas tienen un denominador comun.
La promesa que nos hace el Señor Jesucristo para su segunda venida es la resurrección y la vida eterna; el budismo nos asegura la reencarnación; en la cultura Moseten, se contempla la posibilidad de la transformación con sus limitaciones. En todos los casos, se destaca que nuestros actos fìsicos y mentales que realicemos en esta vida generan efectos directos e indirectos al próximo estado de vida.
1 Sankhara Formación (mental); actividad de la volición; reacción mental; condicionamiento mental. Uno de los cinco agregados (khandha), también el segundo eslabón en la Cadena del Surgir Condicionado (paticca samuppada). Sankhara es el kamma, la acción que da futuros resultados y que, por tanto, es realmente responsable de forjar la vida futura. (En sánscrito, samskara.)
TEXTO 2: Morir bien
Javier Medina
He encarnado en una Casa marrana, donde un racionalismo minimalista, de cuño sapiencial y escéptico, pero animoso, ha modulado la banda sonora de mi vida. He aquí el primer acorde: Todo tiene su tiempo y (…) su hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de cosechar…. Ecl 3:1-2. El segundo acorde dice así: Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida (…) porque esta es tu parte (…) Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas (…). Ecl 9:7-10.
El a dónde vas y el de dónde vienes me han sido minimizados, como preguntas que no tiene sentido hacer, pues, acerca del Antes y Después, lo ignoramos todo. Es más prudente guardar un abierto silencio sobre lo que ignoramos. Mi abuelo Samuel decía Todo es nacer y morir. Lo demás son cuentos. Y, si no recuerdo mal, mi abuelo Manuel repetía, en tesituras que se ponían lúgubres: ¡A vivir! que la vida dura un triz.
No he presenciado la muerte de mis abuelos y padres. La única muerte que me rozó de cerca fue la de mi abuelo Samuel. Digo rozó, porque parece que, en mi Casa, existía la costumbre de alejar a los niños de estos eventos. Sólo recuerdo que, después de su entierro, nos retiramos durante una semana: se cerraron las cortinas; se taparon los espejos con unos lienzos blancos; nadie se lavó; mi padre se dejó la barba…la vida cotidiana se ralentizó y debíamos hablar en voz baja y no movernos mucho. A la semana, el cambio de ropa marcó un fin a ese encierro y la familia se vistió de luto. A mí me pusieron un brazalete negro en la chompa. Al mes sucedió algo que no recuerdo y al año se quitaron el luto y volvió la normalidad a la Casa.
Después, en el colegio, conocí las Postrimerías católicas: muerte, juicio, purgatorio, infierno y gloria. Recuerdo que, en el último año de la secundaria, me dieron a leer El ángel en la Divina Comedia del Dante, de Romano Guardini. Esa lectura me regaló el placer de entender, integralmente, el código occidental. Sin su conocimiento, no hubiera entendido la literatura, la pintura, la música: la cultura europea. Pero, he aquí que, en mi tierna infancia, mi madre ya me enseñó la versión cabalista del Ángel cristiano, como Ángel de la Guarda que, ahora, vuelvo a reencontrar en la figura del Doble cuántico, de Jean Pierre Garnier Malet.
Durante mi Segunda edad, he vivido según el dictum de Baruj Spinoza: “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. Sí. La visión marrana es una guía para la vida, aquí y ahora; no le interesa tanto el Después, si, acaso, como una trascendencia a través de los hijos y los nietos, de los libros que hubiera podido escribir y de la influencia que se podría tener, por haber coadyubado a crear instituciones. Pero eso, en realidad, es vanidad: Vanidad de vanidades.
Esta visión, esencialista, cerrada y bien circunscrita, se me fue resquebrajando, poco a poco. La primera fisura vino cuando me enteré que, cada siete años, renovamos todas nuestras células. Es decir, que el binario nacer-morir hay que entenderlo: no dicotómicamente, sino como un Continuo donde, permanentemente, estamos “naciendo” y “muriendo”. Mejor dicho: todo está vivo y en permanente transformación. La noción de muerte, como fin o finitud, me empieza a hacer ruido. Pareciera, más bien, que el universo, plegado y desplegado, David Bohm, operara como la función Onda y la Función Partícula, que Stephane Lupasco condensó en los conceptos de Actualización y Potencialización.
La segunda fisura se dio cuando leí el libro Anne Ancelin Schützenberger: ¡Ay! Mis ancestros. Lazos transgeneracionales, secretos de familia, síndrome de aniversario, transmisión de los traumatismos y práctica del genosociograma. Sí. La ficción de la Tabula rasa no existe: venimos al mundo con un paquete de información genética y emocional que no podemos desconocer. Lo ético es limpiar y soltar las energías densas y ahorrárselas a las siguientes generaciones. Somos, en una red energética que nos atraviesa inconmensurablemente.
La tercera fisura vino cuando quise profundizar en la comprensión animista de la muerte, sumergiéndome en las tradiciones aymara y mosetén. Tenía ya cierta información, pero no experiencia vivencial. Entonces comprendí, con tristeza, que fui programado para funcionar en 110 voltios; no en 220. Me deslumbró la enseñanza de Mario Torrez, acerca del significado de la palabra aymara Jiwa que se traduce, normalmente, como “muerte” pero que, en realidad, significa otra cosa mucho más interesante: menta una Transición hacia lo bello; como Jiwa-sa conecta nacimiento y muerte como un continuo y como Jiwa-ña que esta transición suscita un espacio-tiempo, no solo bello sino, sobre todo, agradable. Estoy tratando de hacer mío, emocionalmente, este insight aymara.
Ahora que comienzo mi Tercera edad, trato de unir lo aprendido. Entiendo que, hacia atrás, podemos trazar nuestro origen hasta el Big Bang y, hacia adelante, hacia holones cada vez más sutiles, más Energía que Masa. En realidad, la natura naturans y la natura naturata, Baruj Spinoza, son dos caras de lo mismo: Dios. Tu autem intimior intimo meo et superior summo meo: Agustín de Hipona. He empezado a cultivar una relación con mi Doble cuántico: que mi “yo” corpuscular y mi “yo” ondulatorio se frecuenten más asiduamente. También he aprendido, que todas las mitologías que imaginan ese “Antes” y “Después” han terminado consolidándose en Religiones o Sistemas laicos de creencias que, en realidad, no nos han hecho ni mejores, ni más felices. Sospecho que ese Pestañeo que somos, es decir, esa densificación de la Energía en la Masa que somos, tiene sentido y propósito, a pesar del Samsara. Mi yo corpuscular: una gota de la gran ola de Kanagawa, se diluirá en el océano. Mi yo ondulatorio: una chispa de luz, se unirá a la Luz: Ohr Ein Sof. Entre tanto, quisiera aprender a disfrutar con los míos el don de la Creación: vivir arrebatado de reverencia, compasión, alegría y gratitud.
TEXTO 3: Preparando mi muerte
Pedro Brunhart
Si reflexiono sobre la muerte – y pienso muchas veces en ella – lo primero que se me ocurre es que, ojalá, tenga un buen morir. Sobre todo, que no sea muy dolorosa. Pienso, a menudo, cómo se podría acortar la vida, en caso de dolores insoportables. Ojalá pudiese encontrar un médico misericordioso, que me ayudase a terminar mi vida dignamente. Pienso también en la muerte de mi padre, que murió de un cáncer. Él nos dijo, que morir de cáncer es algo benigno, porque, por una parte, sabes que no es un proceso interminable, pero, por otra parte, te da tiempo para despedirte de todo y de todes, en calma.
¿Cómo será mi muerte? Simplemente, no lo sé; excepto un aspecto muy importante: no voy a morir antes de tiempo sino de viejo. Me parece muy doloroso y extremadamente triste, si madres y padres ven morir a sus propios hijes. También me parece muy doloroso y extremadamente triste, si una persona muere antes de su tiempo, o sea, joven o relativamente joven. Ante situaciones así, no sé cómo reaccionar. Simplemente, reconozco que así es. Inexplicable, pero así es.
Si pienso en la muerte, más detenidamente, especulo sobre lo que será después de la muerte. Hay, prácticamente, tres alternativas. La primera, que todo se acabe. Simplemente duermo, sin soñar y sin despertar. La segunda alternativa es que hay un juicio final y que seré juzgado según mis actos. Y la tercera es que voy a reencarnar, en un ambiente de mi decisión, según lo que quiero aprender en esa nueva vida.
Nadie ha vuelto de la muerte y nos ha contado cómo es. Así que no se sabe qué va a suceder, aunque, al momento, creo más en la tercera posibilidad, o sea, en la reencarnación, sobre todo por los estudios científicos, que se han hecho respecto a las experiencias cercanas a la muerte. Me parece plausible que, después de la muerte, une revisa su vida y se prepara para otra encarnación. Pero, eso, es especulación.
Para mi, especular sobre lo que vendrá después de la muerte, tiene el fin de ver si debería cambiar mi estilo de vida. Pero en caso que estuviera seguro que, después de la muerte, todo se acabará, no me volvería un ratero y mentiroso, solamente por pensar que no va a pasar nada.
Tampoco me voy a flagelar para reducir mi tiempo en el purgatorio, en caso que llegase a la conclusión que va haber un juicio final. Y respecto a la tercera posibilidad, a la reencarnación, voy a seguir intentando ser buena persona.
Quiero mencionar acá, que la idea de que exista un infierno eterno, no entra en mi consideración. Porque, que algún dios mande a une de sus hijes a un infierno eterno, (por ejemplo, por haberse masturbado) no me entra en la cabeza.
Así, pues, ¿qué pensar sobre la muerte? Nada, en realidad. Ni miedo, ni preocupación. Me voy a morir un día ¿y qué?
Otro asunto es el entierro. En este asunto puedo pronunciar deseos, aunque no voy a poder decidir mucho, porque una vez muerto, muerto estoy.
Mis deseos para el entierro serían dos: Que no provoque ninguna molestia. Que, a mi muerte, se busque un médico que haga el certificado de defunción y que, después, se me entierre en un sitio. No quiero velatorio, ni despedida de amigas y amigos. Que se pueda ocultar mi muerte lo más largo posible. Y, después, se diga: Sí, empezó su último viaje.
Y mi segundo deseo: Que mi cuerpo sea reciclado por la naturaleza, como lo hace con todo. En la naturaleza, cada cadáver sirve mucho para dar vida a otros seres. Por ejemplo: si muere un árbol, es un verdadero festín para un sinnúmero de escarabajos, arañas, ácaros, además de hongos, musgos, líquenes etc. que se nutren del árbol muerto. Así, el árbol sirve para mantener la vida. Igualmente, los cadáveres de los animales sirven para que otros animales vivan. Hormigas, gusanos, zorros, aves rapaces etc. se nutren del animal muerto.
Solamente al ser humano se lo entierra en una tumba dos metros bajo el suelo y en los cementerios modernos y comerciales inclusive están dentro de cajas de cemento, donde demora mucho tiempo para descomponerse. Pero, ahí abajo, tampoco sirve para nada. O, como alternativa, se le quema, gastando combustibles fósiles y emitiendo un montón de CO2.
Quisiera que mi cadáver se recicle en la naturaleza en beneficio de animales y plantas. Para eso mi tumba no debería ser muy profunda, para ser un hábitat para microorganismos. Encima de la tumba se debe plantar un árbol, pero no uno que dé frutos, pues en mis dientes hay metales, y podría ser, que estos metales llegasen hasta los frutos. El árbol que propongo sería una cantuta silvestre, para que, de sus flores, puedan nutrirse los picaflores; las hojas sirvan para compostar y la madera, para calentar a alguien de las futuras generaciones.
Un entierro, así, no sería posible en un cementerio oficial. Por eso, se me debe enterrar en otro sitio. Seguramente hay un montón de normas que prohíben eso. Pero consulté a un abogado que me aseguró que nadie tiene el derecho de profanar una tumba, si no hay una sospecha firme de asesinato. Así que hay esperanza. Pero como dije: muerto es muerto.
TEXTO 4: ¿Cómo ayudar a los que mueren?
Oscar Lijerón
La primera vez que me enteré que alguien murió, fue a los 6 años, cuando mi abuelo materno falleció. No hubo ningún comentario ni explicación por parte de mis padres y tampoco asistí a un rito o a una iglesia. Simplemente no se habló del tema. Muchas familias tratan la muerte con los niños, casi siempre dejando pasar y simulando que no pasó nada y pensando que no entienden y mejor si no se enteran de nada.
Nunca conversé sobre la muerte con mis padres o hermanos, ni de adulto. Tampoco en ocasiones importantes para la familia como por ejemplo cuando mi papá falleció. Recuerdo que él, repetía una única frase que quedó en mi: “la muerte no existe hasta el momento de la misma muerte, y cuando sucede, ya no hay nada que hacer”. ¿Quizás esta frase me marcó para no preguntarme más?
Solo hace algunos años, leyendo textos sobre las experiencias de casi-muerte, sobre los relatos de maestros y científicos de oriente y occidente y, sobre todo atravesando con más conciencia, esos momentos de fin de la presencia de este plano en el que vivimos, de parientes y amigos, me di cuenta que es una frase que lo único que contiene es un resumen de lo que la sociedad occidental conserva en su mente: no se sabe qué es, no se sabe qué sucede luego, no se sabe nada y se la declara un misterio.
En “El libro Tibetano de la vida y de la muerte” de Sogial Rimponche, se describe con mucha amplitud y precisión que es lo qué sucede, paso por paso etapa por etapa, y fue uno de los textos, que me abrió totalmente la visión. En su introducción relata este autor, su gran sorpresa cuando llegó a Occidente, que las personas no sabían nada sobre lo que ocurre durante este proceso en el que se deja el cuerpo y lo que ocurre posteriormente. Mientras que sucede totalmente lo contrario, en regiones de la India y del Tibet, donde diferentes tradiciones espirituales y el Budismo han tenido una fuerte presencia y la muerte es vista como algo natural, tal como el nacimiento de cada persona.
Una de las mayores sorpresas que tuve al leer este libro, fue descubrir que es posible ayudar a morir y acompañar en este proceso, a través de “técnicas” que fundamentalmente es dejar morir en paz y con el mayor confort. Eso significa un respeto profundo por ese ser, haciendo oraciones en la religión que ha profesado, leyendo algún texto o simplemente mandando pensamientos positivos y de ánimo mentalmente, y manteniendo el mayor silencio posible. Sin mover el cuerpo o haciéndolo con mucha calma.
Lo que sucede luego de la muerte es una larga etapa, que muchas tradiciones hablan de 40 días en la que se encuentran todavía en “contacto” con este mundo, muchas veces sin saber qué es lo que ocurre, en una situación absolutamente nueva sin tiempo y espacio. Por este motivo es importante que todo el tiempo les acompañemos y expliquemos qué es lo que está sucediendo, dándole ánimos para que siga su camino tranquilamente.
En nuestras costumbres occidentales, aparte del rito religioso que se deja a un cura o pastor de alguna iglesia, a veces un pariente o amigo puede dar unas palabras recordando al fallecido, pero muy pocas veces dirigiéndose al fallecido que está presente en su nuevo estado. El resto, es más un acto social donde el muerto está fuera de la actividad, sin que nadie le tome atención, salvo cuando cada visitante hace su rezo o su despedida. Luego se dan la vuelta y empiezan a compartir entre los “presentes”, sin darse cuenta que el difunto también está presente.
Lo único que se escucha en las conversaciones es que se trata de algo terrible el perder a un ser querido, que nos deja, que nos abandona, que se va, siempre pensando en nosotros que nos quedamos, pero casi en ningún momento en cómo se siente el que ha “partido”.
Es raro, en el Occidente, ver la muerte como algo muy positivo, pero contrariamente, ahora se pueden encontrar cada vez más testimonios conmovedores que relatan como hay personas que en el momento de la muerte, a pesar de una gran incomodidad física, pueden mantener la mente llena de conciencia y ecuanimidad, de humildad y de amor, en calma y serenos, imperturbables y tranquilos. Si cualquier persona logra estar mínimamente consciente y en paz en ese momento, entonces tiene que ser un momento maravilloso y deslumbrante.
Para este último momento, si hay algo que podemos hacer en esta vida, es preparar y desarrollar una mente equilibrada, para poder observar una perfecta ecuanimidad frente a cualquier sensación física que surja en nuestro cuerpo.
Todos sabemos desde que tenemos uso de la razón, que el cuerpo experimenta su decadencia momento a momento, que las células están en permanente cambio y su marchitez generalizada lleva a la muerte. Todos tenemos un presentimiento de esta verdad, pero nos escondemos de ella porque nos expone a un miedo de pérdida, debido a nuestro fuerte apego a la percepción equivocada de un cuerpo permanente identificado como un “yo”.
Veamos qué dice este cuento sobre la discusión entre dos mellizos en el vientre de su madre antes de nacer: Uno le decía al otro: “se está acercando el día final, no es posible encontrar otra mejor situación que la que estamos actualmente, buena temperatura, con alimento, sin preocupaciones. El día del nacimiento se acaba todo, ya no hay nada más”. El otro mellizo tenía otra visión, y le contestaba: “¡no! es todo lo contrario, es el momento que empieza todo, recién la vida comenzará.”
Esta discusión la tenemos también los que estamos en este mundo. Los que piensan que aquí se acaba todo y los que piensan que en el momento de la muerte empieza una nueva vida. Cada uno tendrá su propia experiencia.
Parece que, en el proceso de morir, se condensan muchas situaciones. Por ejemplo, es ya bien conocido el hecho que muchas personas “reviven” toda su existencia como un sueño muy vívido, generalmente en su lecho ya casi inconscientes, haciendo gestos, diciendo palabras y ademanes primero como bebés luego repitiendo momentos de niños, y si, por ejemplo, fueron profesores, dando clases y repitiendo tal como lo hicieron en su vida.
Estos momentos que a veces son muy evidentes para los presentes, ya pueden ser útiles para empezar a ayudarlos que es el principal objetivo de este librito. ¿Qué hacer para acompañarlos y ayudarlos? Claro que a nadie le gusta morir y tampoco que se muera alguien querido, pero es importante no retenerlos con súplicas y más bien dejarlos y ayudarles en ese proceso que todos pasaremos tarde o temprano.
No importa la religión que cada uno tenga o no la tenga. Seguramente es mejor para el moribundo si se le habla en el mismo lenguaje en el que él creyó en vida, pero lo que es interesante entender que en esos momentos las señales que enviemos, ya sean palabras, pensamientos o emociones, él las recibe tal como un bebe lo hace sin necesidad de hablar. Al darle ánimos le ayudamos a que siga ese camino que solo él puede recorrerlo.
Luego de que se declara la muerte de una persona, y se detecta que la persona no respira, el proceso continúa y estos momentos son los más delicados, puesto que la persona está muy presente y seguramente desconcertada puesto que empieza a sentirse sin cuerpo, sin espacio y sin tiempo. Lamentablemente en el occidente una vez que se declara la muerte se abandona casi completamente al cuerpo y solo se dedican a “organizar” el funeral, normalmente pensando cada uno en si mismo o sobrecogiéndose en la pena que cada uno siente y olvidando al fallecido.
En esta situación, así sea solo una sola persona que se dedique a acompañar a la persona muerta, será de gran ayuda para el fallecido. Sin dejarle en ningún momento sola, explicándole qué es lo que está pasando, dándole ánimos para que siga su camino, tal como acompañamos con amor a un niño que no sabe q
ué es lo que está ocurriendo. También ayuda, la lectura de libros que traten sobre el tema, en silencio, pero atentos dirigiendo la lectura mental para ellos, dirigiéndose a ellos como presentes. Nos sirve a nosotros y a la vez acompañamos.
La lástima es que la mayoría de las veces, el ataúd está a un lado, casi abandonado, y el resto de personas conversando o en silencio, pero sin saber que se pueden comunicar con la persona que estará en este proceso hasta 40 días en este plano. Por esa razón que muchas religiones hacen oraciones y ritos periódicamente.
¿Cómo cada uno se puede preparar para este hecho que sucede a todos? La práctica de verdaderamente acompañar a un ser querido, un conocido o inclusive a cualquiera que a veces podamos encontrarnos de paso, creo que es el primer escalón. Quizás las primeras veces uno pueda pensar que está hablando solo, pero la conciencia y práctica irá despertando la intuición, las comunicaciones sinceras y profundas, para que estas formas de comunicación se desarrollen.
Las diferentes herramientas y técnicas de meditación que ayudan a lograr paz interior son de gran utilidad y sobre todo aquellas que utilizan el propio cuerpo como observación y la respiración como herramienta, pues durante la vida se respira y luego se deja de respirar. El llegar a tener conciencia de este hecho seguramente ayudará en esos momentos de la muerte.
Todos los días se producen nacimientos y muertes. Podemos estar conscientes de nuestra respiración todos los días, lograr el mayor tiempo posible tener conciencia que el aire entra y sale, de tal manera que no sea un mecanismo automático al que ni siquiera le prestamos la menor importancia. El tener conciencia de la respiración está totalmente ligado al estado de la mente. Si tenemos respiración tranquila seguramente nuestra mente está tranquila.
Si la respiración está agitada, nuestra mente seguramente está agitada.
Qué importante estar tranquilos en el momento de la muerte. Qué importante dar tranquilidad a los que están en el proceso de morir. Una ley aplicable a todos, budistas, hinduistas, musulmanes, cristianos, americanos, rusos, italianos o bolivianos, un ser humano es un ser humano.
La única ley de este mundo: Todo surge y desaparece
En poco tiempo, ay, este cuerpo, privado de conciencia, yacerá en la tierra, descartado como un tronco inútil. Dhammapada 3.41
TEXTO 5: Caminando junto a la muerte
Héctor Gallardo
En mi mundo, especialmente en el de mi infancia, la muerte nunca estuvo, ni ausente, ni diferida; más al contrario, los muertos estaban, en un sentido más que textual, presentes. Ya sea por las historias que se contaban en la familia o en la comunidad; ya sea por un vecino que fallecía o un accidente grave en el que el destino me había involucrado en primera fila.
Pues, bueno, la historia de mis vivos es, en mucho, también la historia de mis muertos.
Los muertos se hacen sentir
Historia 1. Antes de que yo hubiese cumplido los 8 años, a dos casas de la mía, vivía una familia buena, dedicada a la música. Los hermanos eran parte de una de las bandas de rock más conocidas de la época y sus ensayos llenaban con sus sonidos los atardeceres, en un continuo fondo para todos.
La hermana, pese a ser una joven amable y divertida (alrededor de los veinte años), tenía, como mucha gente de la época, la obsesiva idea de irse a vivir a los Estados Unidos e hizo, durante mucho tiempo, sus preparativos de viaje. Un esfuerzo enorme de ahorros, deudas, cursos de inglés y cosas de ese tipo.
Ya cerca de su viaje, con mucho orgullo, ella anunciaba a todos que el siguiente fin de semana haría su tan esperado viaje. Pero la historia giraría. Por lo que recuerdo, contaban que ella había ido durante un par de días a exigir la entrega de los pasajes, pero por la tarde, ya al cierre de la agencia de viajes, el responsable de la misma, a la que ella durante meses había estado pagando las cuotas, ante la imposibilidad de resolver la estafa, asesinó a la joven.
Pero esta historia continúa, ya que cerca a la media noche del mismo día del crimen, un taxi nocturno hacía turno para el recorrido (ya que desde cierta hora no habían los buses de transporte) y el chofer con un pasajero que ocupaba el asiento delantero, esperaba la llegada de más personas, pero no había nadie. Entonces esta vecina apareció y se subió a la parte trasera, con lo que el chofer, sin esperar más, decidió entrar al barrio, separado del resto de la ciudad por un solitario camino de más de 20 minutos que, a pie, se hacían interminables. Cuando llegaron a las primeras casas, el chofer preguntó a la pasajera dónde bajaba, pero, para sorpresa y susto de él y del otro pasajero, en el asiento trasero no había nadie.
Historia 2: Mi madre nació en enero del año 1927, y nos contó que, antes de sus 10 años, vivía en una hacienda del norte del lago Titikaka (Chucuito). Una tarde, todos salieron de la casa, al ser convocados por el sonar del campanario de la iglesia, el cual, sin cesar, convocaba al pueblo. Se observaba al llokaya Guillermo en el campanario, agitando la cuerda y llamando con voz fuerte a todos, anunciando que llegaba una tormenta de granizo.
La gente, comentaba mi madre, rápidamente se organizó y empezaron a llegar de todos los lugares para iniciar la romería que, entre cohetes, romeros y palmas encendidas y rezos, tanto católicos como cantos aymaras, hacían subir el humo sagrado que apaciguará la tormenta, con esa increíble capacidad de los pachaqamanis2 de gobernar el clima.
2 Guardián del clima
Mi madre cuenta que ella y sus hermanos se habían unido a la romería, que recorría entre los cultivos. Cuando ya ésta terminó y se apaciguó la tormenta, la gente se dirigía hacia el templo, cuyas puertas estaban cerradas, con las cadenas unidas por un gran candado.
Entonces la gente se había preguntado cómo el llokaya Guillermo había entrado para dar la alarma.
Al día siguiente mi abuela había regresado de un viaje a otra estancia, y cuando le contaron lo sucedido, ella les dijo a todos que su retraso fue porque el llokaya Guillermo había muerto en la otra finca en un accidente, y que ella estuvo presente en el entierro, hace un par de días.
¡Pero todos lo habían visto y escuchado, tocando la campana y llamando a la gente!
Historia 3: Las dos historias anteriores fueron contadas por personas de mi entorno, pero aquí viene una de mi propia experiencia. Esta es muy especial, involucra a un familiar muy querido al que fui a visitar a un hospital, pero cuando llegué, él acababa de fallecer. En la clínica permitían acompañar al fallecido y yo me quedé sentado en una silla al lado; una media hora después, otros dos familiares llegaron a la habitación y, cuando ingresaron, se vieron sorprendidos al ser recibidos por él, con una sonrisa y los ojos bien abiertos. Ellos sorprendidos dijeron que les habían dicho que había fallecido, cuando yo, acercándome, les dije que sí, que estaba muerto, pero que aún estaba despidiéndose.
¿Por qué pasa esto o qué hay antes o después de la vida? ¿Qué pasa, durante un tiempo corto, que originan historias como de la joven asesinada o del joven accidentado? Creo que mi respuesta no aportaría en nada, ya que tan solo se prestaría a la especulación.
Lo que sí puedo compartir son algunas cosas que vienen y se hacen desde antes, cuando alguien va a morir o cuando alguien ya murió, sartasiñani dirían, o en español “así andamos o así debemos andar”.
Lo primero es entender que la muerte es otra forma de vida, de otro espacio, del cual nosotros solo vemos el reflejo.
En el mundo aymara, a ese reflejo lo conocemos como el yanantin (el igual pero distinto) y justo está en esa distinción del reflejo de la paridad, el de esos espacios destellantes, de las películas infinitesimales, donde el reflejo de la luz conforma un espacio por sí mismo y en el cual los kataris se vuelven humanos y los humanos kataris, o del sonido imposible, de una ciudad dentro de una pequeña cueva, donde se escuchan mercados, medios de transporte, construcciones y todo el ruido de multitudes (huaranca huarancani).
Antiguamente, decían que cuando uno nacía le entregaban dos láminas de plata (luego en el tiempo se decía dos monedas acuñadas en Potosí) que debías conservar toda la vida, hasta el día de tu muerte, porque a través de esos espejos te permitían obtener el reflejo de muchas cosas; luego, debían servir para tapar tus ojos, en otros casos también para hacerlos morder y así cerrar la boca.
Por otra parte, cuando alguien avisa que va a morir (porque en la cultura aymara se anuncia que eso pasará), la familia debe comenzar a preparar todo para separar la vida de la muerte; también la familia irá preparando distintas mezclas para tapar los puntos de pena, en especial, si la persona que fallece ha sufrido mucho en su vida.
Otra práctica, es que las personas, que van a fallecer, reciban muchas visitas, y que con todas se reconcilie. No debe tener nada que lo ate a este mundo. Es importante que se reciba el perdón por todo lo que se hizo mal, incompleto o dejó de hacer, causando perjuicios.
Una vez, que la persona ha fallecido, toda la ropa debe ser dada la vuelta y, en los siguientes días, lavada (en lo posible, en la vereda del frente de un rio de agua fuerte). Es necesario que la penas y todas las energías se laven de la ropa y, en ese ejercicio, también de los dolientes y, por último, la ropa lavada se debe quemar toda, para que nadie cargue, sino con sus propias cosas. Al final, así como no tomas las cosas íntimas de los vivos, tampoco debes tomar las cosas intimas de los muertos. De esta forma, lo que es de los vivos seguirá entre los vivos; lo que es de los muertos será de los muertos.
En cuanto al lugar del entierro, eso es más difícil, ya que, como todo en el mundo aymara, no hay una sola cosa, sino muchas que hacer. Por un lado, se cree que una parte de la persona emigra, se marcha, se va, pero otra queda residente en el cuerpo, por lo que, para la parte que queda, existe solo una percepción de un sueño muy largo (jacha jiwa) y del que los muertos despiertan en lupi lapaka3 para reunirse con su parte que ha marchado (allí se reequilibran, separados son chullas de sí mismos).
3 La semana de los días sin sombra
Justo cuando el calor de la tierra es tan fuerte que es necesario transitar con el viento, es el tiempo en que los muertos, antiguamente, eran desenterrados y compartían una gran fiesta con los vivos. Ahora, solo sus calaveras, rescatadas de los cementerios temporales (los más pobres solo pueden enterrar a sus muertos durante cinco años y, luego, son eliminados por la alcaldía) y sus calaveras adoptadas por familias, son retomadas para su rol vivo en las fiestas de las Ñatitas; así como para que les pregunten por distintas cosas que ello(a)s observan, desde sus privilegiadas posiciones. Lo que significa que siguen “presentes” o tomados en cuenta.
Lo ideal sería ser enterrado en la misma casa y a la usanza antigua, sentado con las rodillas flexionadas hacia el rostro. Al final, cuando la gente viaja, los enterrados siguen protegiendo la vivienda, las chacras, a los animales. En las grandes ciudades, los cerros circundantes deberían servir de apachetas, donde nuestros muertos cuiden a todos, especialmente de las maldiciones que viene de fuera, incluso de las dimensiones físicas que se yuxtaponen, en distintos momentos, a nuestra realidad conocida.
En la muerte, se halla entonces dos cosas, un viaje al yanantin de una parte de nosotros y otra que se queda eternamente o mientras nuestros restos sean eternos y vaya a saberse que diez mil años son una eternidad en sí mismos, como vuelven estos en lupi lapaka o cuando simplemente pasa, es otro tema. Lo importante es preparar alimentos para esos momentos, especialmente líquidos y dulces, tan extraños en el altiplano y, por lo mismo, tan bien valorados y, seguro, aún más valorados por los muertos, asñi, preparar cosas dulces, porque es lo que más alegra la vida.
Hay que recordar que, a los muertos, en el momento del entierro, se los equipan con illas4 y alimentos; se le ponen herramientas en sus manos y su ropa; ello(a)s sabrán usarlos.
4 El espíritu de las piedras y animales, y que en este caso está presentados por pequeñas figuras talladas.
En el mundo aymara, todo está constituido por dos energías, qamasa y saqapa, las que ingresan/salen con la antawara5 y el qhantati6, y allí viajan illas e ispallas7, así también los ajayus.
5 Ocaso, o crepúsculo
6 El alba
7 El alma de las plantas.
La comida para los vivos alimenta, con sus energías sutiles, a las energías de nuestros muertos, así los vivos comemos las mismas comidas que se enriquecen con las energías del espacio tiempo (pacha).
Se dice también que los niños, algunos ancianos, enfermos de ciertas dolencias, no deben ir a los entierros; no deben estar junto a los muertos, porque sus ajayus pueden entremezclarse con los de los fallecidos que están siendo velados y, eso, generan enfermedades en los vivos y, seguro, penas en los muertos. Es mejor no mezclar esas energías. Cuando una persona pierde la memoria en un velorio, es por esa causa y, a veces, no se puede curar.
Ojala, cuando yo muera, la gente que esté a mi alrededor, entienda mejor que yo, cómo se debe enterrar y cuidar a los muertos. Espero morir y ser enterrado en alguna pukara de piedra8 como las lupaka en Juliaca o las de Caquingora en jacha qaranga y que, en una pequeña lamina de piedra, se talle un puma, que me acompañe, como ha acompañado desde siempre a los otros cutimbo, los que siempre vuelven, y que me precedieron en estas tierras de gran altura. Y que también, en mi mano, pongan quellqaña, qulqe e illas pequeñas; en un tari, tanta, chuño, coca, quinua; también, colgando de mi cuello, un pequeño torito de plata, y estar vestido con un delantal blanco y sandalias. En mi cabeza no sabría qué tipo de gorra llevar.
Alguien dirá que este pedido es exagerado, que:
Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris9. Pero yo no sé qué hay al otro lado del camino; tampoco sé qué es la finitud, ni qué la infinitud, pero sospecho del yanantin y del pacha thaqi10. Así que mejor entregarme a ese camino de pacha. Soñar con mi entierro no cuesta nada, en cambio, hoy, morirse, puede implicar muchísimo gasto.
8 Promontorio
9 De polvo eres y en polvo te convertirás
10 Camino del universo.
