La mitificación del macho violento

enojadoPor: Coral Herrera Gómez

“Esta ansia irracional de dominio, de control y de poder sobre la otra persona es la fuerza principal que alimenta la violencia doméstica entre las parejas”.

Luis. Rojas Marcos

La mitificación de la violencia patriarcal es una de las causas fundamentales por las que existe la violencia de género. Además de las causas sociales y económicas que generan discriminación, los productos culturales (películas, series de televisión, videojuegos, novelas, spots publicitarios, etc) contribuyen a la desigualdad y a la violencia de género porque rinden tributo a la virilidad hegemónica. Siguen mostrando un modelo idealizado masculino cuya base es la fuerza física y la capacidad del macho para dominar su entorno y a su gente, y controlar o liquidar a sus enemigos.

El estereotipo de esta masculinidad poderosa se repite hasta la saciedad en el cine, donde los héroes de las películas de acción son seres poco emocionales, con sangre fría para matar, con capacidad asombrosa de autocontrol, con los sentidos puestos en sobrevivir y en eliminar a las hordas de orcos, guerreros, terroristas, mafiosos, narcotraficantes, grupos políticos, robots malignos, comunistas peligrosos, extreterrestres genocidas…

La única diferencia entre los machos viriles es que unos pertenecen al bando del mal y otros al bando del bien. Machos alfa, estos últimos, que luchan por causas nobles como salvar a la humanidad de amenazas nucleares, salvar al pueblo estadounidense de ataques terroristas, salvar reyes justos que ven amenazado su imperio, salvar princesas secuestradas, vigilar a cantantes famosas, etc.

Tanto los buenos como los malos son seres solitarios, autosuficientes, precisos en sus ejecuciones, valientes, entregados a la causa, agresivos cuando tienen que defenderse o eliminar su objetivo. Ya sea con espadas, con pistolas, metralletas, granadas de mano, palos, hachas o machetes, bates de béisbol, arcos con flechas, o sus propios puños cuando lo pierden todo, los machos siempre despliegan todo su poderío en la lucha.

En todas las películas muestran la belleza de sus músculos, sus habilidades para saltar y esquivar, para noquear, para correr, para conducir por las calles de la gran ciudad a un ritmo infernal. Ellos muestran su sudor, su sangre, su dolor, y los espectadores se extasían con su desmedida capacidad de resistencia, de fuerza, de aguante. Pueden pasar días sin dormir, sin comer, heridos, y sin compañía, y sobrevivir, porque son héroes de hierro.

En el plano emocional, casi todos tienen un pasado doloroso del que no quieren hablar pero que les ha convertido en seres realmente duros, desconfiados, sin capacidad de entrega, sin poder compartirse. Esta historia oculta detrás suele ser el abandono o la muerte de su amada, por ello su corazón está cerrado, y son completamente inútiles para sentir emociones positivas, hasta que llega la chica que logra ablandar su corazón.

Suelen ser chicas explosivas, listas siempre para tener relaciones sexuales, y con tendencia a complicar aún más las aventuras de los héroes, porque son torpes y meten la pata, y apenas pueden correr con tacones.

También hay chicas dulces que serán, al final de la película, las que ejerzan el papel de «descanso del guerrero», las que le besen las cicatrices de la proeza. Todas ellas sumisas, abnegadas y sufridoras que esperan hasta el final de la película para poder casarse con el macho alfa.

Estos modelos de masculinidad y feminidad influyen en la construcción de nuestra identidad. Al ser mitificados en el imaginario colectivo, mediante efectos especiales y tecnología que permite ver a superhombres con cualidades sobrehumanas, la población se ve seducida por esas imágenes de hombres agresivos y sexys, hombres siempre guapos y jóvenes, machos dominantes que están acostumbrados a ir por su cuenta y a que los demás le obedezcan.

Los adolescentes, sobre todo, son las personas más expuestas a esta mitificación del hombre agresivo que resuelve sus problemas mediante estrategias de poder, y mediante la violencia. Ellos son los más machos entre los machos, de modo que para lograr afianzar su virilidad, imitan a sus modelos más cercanos: Bruce Willis, Nicholas Cage, Jean Claude Van Damme, Steven Seagal, Sylvester Stallone, Harrison Ford, Clint Eastwood, etc.

La imagen del guerrero que lucha por una buena causa y sacrifica su vida, es la misma que reproducen los jugadores futbolistas, que se tiran al suelo en medio de grandes dolores dejándonos ver cuán grande es su herida y cómo está soportándolo a base de apretar la mandíbula y hacer muecas. Este dramatismo es necesario para el macho alfa, que se siente un héroe, se siente especial, único y sabe que su princesa estará allí para sufrir con él, para aliviarle, para ofrecerle, al fin, ternura y cariño mientras se recupera.

¿Por qué esta mitificación influye en la construcción de nuestras identidades?. Primero porque hay mujeres que admiran a machos violentos y se sienten atraídas por hombres que pelean por ellas. Segundo porque ellos se someten a la tiranía de la virilidad violenta, es decir, han de mostrar, aunque no quieran, que tienen su vida bajo control, y que su relación de pareja va a estar basada en la dominación-sumisión, de modo que él será el encargado de velar por su seguridad, ella la que no debe llevarle la contraria. El tomará las decisiones y vigilará que su chica sea fiel, y solo para él; ella obedecerá y aguantará las frustraciones del otro con cristiana paciencia.

Este modelo de hombre supone una tiranía para muchos jóvenes que desean ser tan duros y dominantes como los super héroes de cine, cuya capacidad de seducción se realza con los carteles publicitarios, las imágenes impactantes, los anuncios con sus rostros y sus músculos.

Las películas de acción enseñan, una vez más, que en la selva solo sobrevive el más fuerte, y que los problemas solo se resuelven matando al enemigo. De este modo los hombres reales se ven obligados a mantener esa virilidad forzada que está basada en la dominación, en el ojo por ojo, diente por diente, en el «me tomo la justicia por mi mano», en imponer la voluntad de uno y lograr su voluntad por las buenas o por las malas.

Y como todos los humanos somos libres, tratar de dominar a una mujer lleva en la mayoría de las ocasiones a maltratarla física y psicológicamente para reducir su autoestima y su capacidad para tomar decisiones que pueda llevarla a liberarse. No solo a base de hostias, sino a través de los insultos, los reproches, la vigilancia, la intimidación, los comentarios despreciativos, el ninguneo, etc, este tipo de hombres ejercen su poder, fundamentalmente porque necesitan que se les obedezca y se les ame incondicionalmente, por miedo a quedarse solos.

Al menos, lo que le cuentan en estas películas es que al final la chica se queda para siempre junto a él., porque, haga lo que haga, se porte bien o la trate mal, ella ha nacido para ser suya. Y esa mentalidad es la que adquieren la mayor parte de los hombres que no saben como manejar sus emociones porque no se les ha dado herramientas a lo largo de su educación. A menudo los hombres son tratados como reyes de sus casas y pretenden seguir siéndolo en el exterior.

Esta tiranía acarrea muchos sufrimientos para los hombres que no aprenden a resolver los problemas con el diálogo, que se han visto mutilados emocionalmente desde una edad temprana, que no saben muy bien como comportarse en un mundo donde las mujeres están cambiando y ya no se someten. No saben como cambiar la estructura de relación con los demás, porque se han educado para ser competitivos y para pasarse la vida negando los atributos que se consideran «femeninos». Dividen el mundo entre los hombres que tienen éxito y los que no, entre los fuertes y los débiles, los que mandan y los que obedecen. Han copiado modelos de hombres eficaces y fríos como máquinas, y no se han permitido vivir todo aquello que por considerarse femenino, se desprecia: la ternura, la cooperación, la sinceridad, la entrega, la expresión pública de los afectos…

Lo que predomina en ellos es la sensación de impotencia, de no poder controlar todo lo que ocurre a su alrededor, de no saber como ganarse el respeto de los suyos, de una imperiosa necesidad de sentir que uno es importante y necesario. Les han enseñado en las películas que ser un hombre de verdad es sinónimo de ser bruto, fuerte, agresivo, que debe relacionarse con hombres, despreciar a las mujeres, hacer de su hogar un reino.

Por eso hay que dejar de prohibirles a los niños que lloren, de exigirles que sean valientes, que devuelvan los golpes que reciben, que se hagan respetar, que trabajen por ser los primeros en todo y tener éxito en todo, que se relacionen con hombres y mujeres a base de luchas de poder, que respondan con violencia cuando algo no les sale bien.

No solo en la educación, también en la cultura. En la publicidad, el cine, la prensa, la televisión, en los cuentos que nos cuentan. Tienen que cambiar los modelos.

La películas podrían ofrecernos modelos de virilidad más diversificados y ricos, más acordes con lo que la sociedad necesita: adultos que sepan convivir en paz, que en lugar de competir trabajen por construir una sociedad más justa e igualitaria, menos basada en el miedo y el odio, y más en las redes de cooperación. Un mundo sin jerarquías que nos diferencien a unos de otros, y nos coloquen en dos bandos diferentes que se relacionen en base a la estructura del amo y del esclavo.

Nos tienen que contar otros cuentos. Y si no, tenemos que inventarnos otros modelos, otros mitos, otras formas de ser personas, sin la presión de los roles tradicionales, sin la presión de los modelos de virilidad violenta y hegemónica. Si no, seguiremos copiando conductas, mitificando a héroes de ficción, idealizando los cuerpos de gimnasio y la prepotencia del violento.

Hay que seguir luchando contra el terrorismo machista que mata millones de mujeres al año, y que deja huérfanos y aterrorizados a millones de niños y niñas en el mundo.

Lo esencial es cambiar los patrones culturales y educativos; y en eso estamos.

 

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