Juchitán, la ciudad «más tolerante» de México
La pequeña ciudad de Juchitán, en el sur de México, está llena de mitos y leyendas.
BBC: Sus habitantes, los tecos, dicen que aquí crecen las flores blancas más bellas de la región del Istmo, en Oaxaca. Y cualquiera que pasee por el adornado mercado del centro, al que da la bienvenida una hilera de floristas, sabrá que tienen motivos para presumir.
También cuentan que en esta ciudad hay más «muxes» que en cualquier otra parte del país. Nacidos varones, son homosexuales que conforman un «tercer género», asumiendo roles femeninos en la cultura prehispánica zapoteca.
El responsable de este característico rasgo juchiteco sería el patrón de la localidad, San Vicente Ferrer, a quien Dios habría encargado repartir a los muxes entre todas las ciudades de la región.
A su llegada a Juchitán, dice la leyenda, su bolsa se rasgó, dejando caer aquí a todos los homosexuales que viajaban en ella.
En realidad, los propios muxes estiman que su comunidad apenas llega al 2% de la población de Juchitán, que con su área conurbana alcanza los 150.000 habitantes.
Pero el cuento de San Vicente y la tolerancia histórica del pueblo a sus muxes ha convertido a Juchitán en un referente nacional de la convivencia y aceptación de la diversidad.
«En todas partes»
De hecho, son parte fundamental de la cultura zapoteca, responsables de decorar las fiestas locales —las llamadas Velas—, vestir a las mujeres con sus diseños, cuidar a las madres ancianas o iniciar en el sexo a los varones cuando sus prometidas quieren llegar vírgenes al matrimonio.
«En todas partes hay muxes, pero en otras sociedades no se les permite ser vistos», dice Vidal Ramírez, quien dirige el centro cultural de la ciudad.
«No es que nosotros seamos una sociedad más liberal, es que somos una sociedad más humana. Les vemos como nuestros hermanos», cuenta Ramínez, quien, como muchos otros hombres de Juchitán, viste una guayabera blanca.
Esa era precisamente la prenda tradicional de los muxes hace décadas, aunque a diferencia de los hombres, solían vestirlas ceñidas para sugerir su anatomía.
«No es que nosotros seamos una sociedad más liberal, es que somos una sociedad más humana. Les vemos como nuestros hermanos»
Vidal Ramírez, Casa de la Cultura
Fue en los años 80 cuando un grupo de muxes decidió prescindir de ese atuendo para cambiarlo por uno que consideraba más acorde a su identidad: el vestido tradicional de la mujer indígena zapoteca.
Algo que no gustó —y sigue sin agradar— a algunos sectores de la sociedad juchiteca, que tradicionalmente ha sido catalogada como un matriarcado donde la mujer y sus símbolos parecen intocables (y ahí va el que, según algunos antropólogos e historiadores de la zona, es otros de los grandes mitos del lugar).
«Hubo un choque ideológico y una revolución cuando nos empezamos a vestir de enagua y huipil (una blusa adornada típica del vestido zapoteca)», recuerda Amaranta Gómez, una de las pioneras en el activismo y primera candidata muxe a unas elecciones federales.
«Fuimos la carne de cañón. Llegábamos a las fiestas y nos plantábamos tal cual (con el vestido de las mujeres), diciendo que teníamos derecho a usarlo», añade. «Nos preguntaban por qué lo hacíamos si habíamos nacido masculino. Pero nosotras nos sentíamos femeninas».
Travestismo
Amaranta Gómez luchó, desde su organización de las Auténticas Intrépidas Buscadoras de Peligro, por la normalización del travestismo en Juchitán.
Si bien muchos muxes siguen vistiendo como varones, el vuelo de las faldas y el brillo de las joyas cuando pasean por las calles ya no despiertan tantas miradas de reprobación o curiosidad como hace décadas.
De hecho, cada año se celebra la Vela de las Intrépidas, en la que los muxes se visten de princesas, capitaneadas por una Reina de la fiesta que paga la banda de música, la bebida y las botanas (aperitivos) para todo el que quiera ver este desfile de orgullo.
«Se disfrazan más bonitos que nosotras. Se ponen el vestido, se peinan y hacen su pasarela. Viene gente de todo México y otros países para verlos, señoras con sus esposos. Porque la gente los respeta», dice Paula López, vendedora de tacos en una de las principales avenidas de la ciudad.
«Se disfrazan más bonitos que nosotras. Se ponen el vestido, se peinan y hacen su pasarela. La gente los respeta»
Paula López, vendedora
A finales de 2011, José Antonio Sánchez tendrá que entregar su corona. Mística presume de ser una reina muxe sobrada de kilos y de haber hecho méritos para ser la protagonista de la última Vela.
«Me he ganado la confianza de la gente, tengo mi propio trabajo y el respeto de la sociedad», sostiene Mística, quien viste unos enormes pendientes, sombra de ojos rosa y una camisa a juego.
«En Juchitán cada uno defiende lo que vale», dice entre risas con su amigo Diego, o Estefanía, dueño de una cantina improvisada en una casa a medio terminar, en mitad del barrio de La Populosa.
Desafíos
Celebraciones como la de las Intrépidas son una parte fundamental de la economía de Juchitán, donde toda la población está involucrada de alguna manera u otra en la costura de trajes típicos, la creación de joyas para lucir en las galas o la venta de flores para decorar carretas.
Pero los muxes dicen que su vida no ha sido ninguna fiesta.
En esta ciudad de mitos, muchos han querido ver un oasis para los homosexuales en un país donde aún persiste la homofobia. Pero la aceptación está aún lejos de ser absoluta.
Las relaciones con los hombres heterosexuales sigue siendo, por ejemplo, un tabú. Todos los varones de Juchitán dicen conocer a amigos —solteros o casados— que practican sexo con muxes, aunque al ser cuestionados, pocos admiten haberlo experimentado en primera persona.
Y la visibilidad de las lesbianas no llega ni de lejos al nivel de la de los muxes.
«Es cierto que en Juchitán, comparado con la situación de otros pueblos a sólo unos minutos de aquí, hay mucha tolerancia. Pero tampoco es el paraíso», advierte Felina Santiago Valdivieso, el primer muxe en asumir un cargo público en la presidencia municipal (alcaldía).
En un rincón de su centro de estética, junto a los sillones de peluquería y los afiches con modelos, está la oficina de la Dirección Municipal para la Prevención del VIH-Sida, adonde llegan jóvenes muxes con melena hasta la cintura, vestidos con minifalda, para pedirle preservativos y asesoramiento sobre enfermedades de transmisión sexual.
Su llegada a la política local, dice, supone «un gran paso para seguir ganando espacios que por derecho le corresponden» a su comunidad, que ahora enfrenta nuevos desafíos.
Entre ellos, la alta vulnerabilidad al Sida o la lucha porque sus relaciones sentimentales también sean reconocidas en la ciudad, donde es difícil ver parejas estables formadas por dos hombres.
Para superar estos obstáculos y romper los mitos que aún perduran en Juchitán, muxes como Felina Santiago, Amaranta o Mística se inspiran en un lema de vida muy particular: «No soy un hombre ni un mujer. Pero tengo la fuerza de los dos».