La epopeya de Gilgamesh y Enkidu. Acerca de la efectividad, la sostenibilidad y la economía masculina de la amistad.
Javier Medina
III. Economía cuántica
7. Hitos en el manejo de la energía Fermión. Semillas remotas del Capitalismo
Así, pues, ahora voy a detenerme en la columna izquierda del Árbol sefirótico de la Economía. Para ello me baso e inspiro en la version alemana del libro de Tomás Sedlacek, Ekonomie dobra a zla. Po stopách lidského tázaní od Gilgamese po financni krizi. Prag: 65.pole, 2009 [1]
7.1. La epopeya de Gilgamesh y Enkidu. Acerca de la efectividad, la sostenibilidad y la economía masculina de la amistad.
La epopeya de esta pareja de amigos tiene más de cuatro mil años de antigüedad y es la fuenta escrita más remota de nuestra civilización. Muchas de las preguntas, que la humanidad del Dilivio se hacía, las podemos descifrar ahora como cuestiones económicas. Si queremos entender el Capitalismo tenemos que empezar por la epopeya de Gilgamesh y Enkidu: el punto donde, para nosotros: occidentales, todo comenzó. Allí nos encontramos con la primera meditación económica de nuestra civilización; con el origen de conceptos tan famosos ahora como Mercado, Mano invisible, Riqueza, Extractivismo, Complejo industrial-militar y los esfuerzos por maximizar la efectividad y conseguir el crecimiento indefinido y la sostenibildad, vale decir, la inmortalidad. Respecto de los sentimientos, aparecen conceptos como Progreso, Urbanización, División del trabajo; todo ello, en el contexto del surgimiento de las primeras ciudades. El árbol está en la semilla.
Empezaré haciendo una síntesis de esta historia de aventuras. Gilgamesh, señor de la ciudad de Uruk, es un semidios: “Dos tercios en él son Dios; un tercio es Hombre”. La epopeya comienza con la descripción fascinada de las Murallas de la ciudad que acaba de levantar Gilgamesh. Para castigar, empero, el trato inmisericorde de sus trabajadores y poner freno a la explotación, los dioses llaman al salvaje Enkidu. El alter ego bosónico de Gilgamesh; como Sancho y Don Quijote: otro par que nosotros mismos somos. Ambos se vuelven amigos y compinches, una pareja invencible que lleva a cabo incontables hazañas y aventuras. Luego muere Enkidu y Gilgamesh, desolado, parte en busca de la inmortalidad. Un viaje iniciático. Sobrepasa innumerables contratiempos y escapa de muchas trampas, sin embargo, la ansiada inmortalidad se les escapa, por un pelo, de las manos. Al final, el mito regresa a donde todo comenzó: las alabadas y orgullosas Murallas de la ciudad de Uruk.
Iré desgranando las lecciones
Para incrementar la productividad hay que romper las relaciones
El proyecto de Gilgamesh, construir una Muralla como ninguna otra, es el punto focal del mito. Gilgamesh intenta incrementar los logros y la efectividad de sus trabajadores por todos los medios; llega, incluso, a prohibirles el contacto con sus mujeres e hijos.
A su tambor sus compañeros tienen que levantarse / Los hombres de Uruk en (sus casas) no están tranquilos / ”No deja (este Gilgamesh) a ningún hijo con su padre; / día y noche desencadena su violencia / Gilamesh (el pastor) del recinto de Uruk, / él, (el pastor de su pueblo) no cesa de oprimirlo / No deja este Gilgamesh a ninguna moza / tanto si es hija de un guerrero como prometida de un noble
Todos tienen que ir a trabajar. Esta cita alude directamente al surgimiento de la ciudad como un lugar que vigila y dirige la vida de su población, convirtiéndolos en súbditos y trabajadores y cuya cotidianidad es administrada por funcionarios que dan cuentas al rey. La cita, sin embargo, va al meollo de algo muy importante y muy actual: las relaciones humanas: energía bosónica: amistad, amor, belleza, arte: conectividad, son un estorbo en el trabajo, si de eficiencia se trata; la gente produciría mejor si su tiempo y su energía no la emplearan en asuntos no productivos, como el estar juntos y pasar el tiempo. El esfuerzo de maximizar la efectividad del trabajo, convierte a los seres humanos en un mero factor de producción. Los súbditos de Uruk se quejan a los dioses
Ante sus quejas incesantes, (el dios Anu / llama a Aruru, la gran diosa): “Eres tu, Aruru, quien creaste a Gilgamesh / Ahora tienes que crear una réplica que se le compare en el ardor del corazón / Que rivalicen ente ellos para que Uruk esté en paz”
Muchas lecturas están a la mano; elijo esta: La gente sufre el exceso de una sola energía: la de un Gilgamesh: fuerte como un búfalo, que no para, y que los tiene acojonados a todos. Esa energía fermiónica debe ser atemperada mediante un tinku con la energía contraria que la proveerá Enkidu: su par, el hombre salvaje de la estepa. ¡Ojo! No una mujer. Se insinúa el modelo ch´ulla. De hecho ese tinku homoerótico de machos, los llevará fuera de las murallas a una aventura extractivista: talar los bosques de cedros, probablemente del Libano, para construir los templos y palacios de la plaza fuerte de Uruk.
Talar cedros: el remoto origen del extractivismo
La madera, en la antigua Mesopotamia, era un bien escaso y, por ello, muy valioso. Proveerse de madera implicaba peligros y no el menor era tener que enfrentarse con Chuwawa el dios guardián de los bosques de cedro. Pero Gilgamesh la tiene clara:
Quiero ir a cortar los Cedros / y asegurarme (así un nombre) eterno / (Ven) amigo mío, tengo prisa por ir al herrero / que forje ante nosotros / Unidos el uno al otro, fueron aprisa a casa de los herreros. / Los artesanos, reunidos en consejo, trataron y / decidieron forjar unas grandes hachas (…) y grandes machetes (…) Cuando se supo la noticia, la gente se reunió / y manifestó su alegría en las calles de la plaza mayor de Uruk
Tomada y aprobada la decisión, nuestros héroes recogen las hachas, los machetes y también los puñales, los arcos y las aljabas. La relación entre extracción, forestal en este caso, y lo militar: las armas, para forzar y proteger la explotación de los recursos naturales, más allá de las propias fronteras, no ha hecho sino empezar. Quiero hacerme dueño del bosque de los Cedros a fin de hacer saber al país entero / lo fuerte que es un hijo de Uruk / Quiero hacer caer mi mano y cortar los Cedros / y así conseguir una fama eterna. El desarrollo de esta semilla, nosotros la conocemos, desde Dwight Eisenhower, bajo el epíteto de “Complejo industrial militar”: la propiedad y la guerra alimentan la producción. Pura energía macho.
Pero he aquí que el Cedro era un árbol sagrado y sus bosques el asiento del dios Shamash. Nuestros proto desarrollistas tuvieron, pues, que desafiar a los dioses: No se nada del combate que voy a arrostrar / no se nada del camino que voy a recorrer. / Hasta el día en que yo vuelva / después de haber llegado al bosque de los Cedros / (…) implora a Shamash por mi. Con lo que empieza el proceso de desencantamiento del mundo: la secularización, sin el cual no es pensable el Capitalismo. El Cedro, de ahora en adelante, será un mero material de construcción, un elemento más en la edificación de la ciudad. Aparece, pues, la escisión entre lo sagrado y lo profano y una idea que, luego, la Ilustración ampliará más aún: la naturaleza existe para proveer a las ciudades de materias primas y medios de producción: el tercer mundo existe para proveer materias primas baratas. Es más: la tala de bosques es vista como un éxito cultural; como progreso y desarrollo. Dos mil años más tarde, San Bonifacio empezará la cristianización de los germanos talando sus bosques sagrados. Pensemos, ahora, en el TIPNIS. Así, pues, el Quiero ir a cortar los Cedros sólo fue el comienzo de una tendencia a entender los seres vivos, no sólo los árboles, como objetos, recursos, materias primas, bienes. La transformación de un Árbol cósmico en mero material de construcción es un ejemplo patético, que nos ofrece Gilgamesh, y que el capitalismo prosigue febrilmente aún a sabiendas que, con ello, ha desequilibrado los ecosistemas terrestres, cuatro mil años después de este primer paso. Cierto, un camino de mil millas empieza con un paso.
¿Rational Choice? ¿Animal Spirits?
La oposición Gilgamesh-Enkidu que apunta a las oposiciones: urbano-rural, civilizado-salvaje, cultura-naturaleza: lo animal y lo humano y que se condensa en la oposición Racional / no-racional, abre la pregunta por indagar acerca de qué sea, finalmente, el Hombre. Existe el cuento de que la ciencia económica sea racional y existe también la constatación de los efectos irracionales de esas decisiones racionales. Deseo aprender algo más, al respecto, a partir de leer el mito de origen.
El sometiemiento de la naturaleza, salvaje, fue entendido como un hecho heroico, al que se atrevió Gilgamesh gracias a su amistad con Enkidu. Aparece el concepto de Cooperación. Después, empero, de haber comprobado que las relaciones humanas se interponían en su afán de terminar la muralla de Uruk, sale de la ciudad, con su amigo Enkidu, a buscar la inmortalidad, esta vez a través de las grandes hazañas que les den renombre. Aparece la noción de prestigio. Ahora bien, he aquí que esta amistad transforma a estos hombres tan dispares; ya: opuestos. Gilgamesh, hasta entonces un tirano frio y odiado, pero eficiente, que quería convertir a su gente en máquinas, se convierte en un hombre con sentimientos. Deja atrás su orgullo pragmático y se echa al monte con su animal espirits a buscar aventuras como don Quijote. La esencia animal de su amigo Enkidu brota en él.
¿Cómo se produce la transformación de Enkidu? Enkidu representa exactamente lo contrario de su amigo. Era la personificación de lo animal, de lo impredecible, lo indómito y lo salvaje: Era velludo en todo el cuerpo; su cabello era exuberante como el de una mujer. Su abundante melena crecía espesa como los trigales; / No conocía a los humanos ni país civilizado; / iba vestido como Shacan en compañía de las gacelas, / se alimentaba de hierba, con las manadas saciaba su sed en los manantiales (…) En el caso de Enki, la amistad con Gilga simboliza el punto alto de un proceso de humanización. Ambos héroes se transforman mutuamente, deviniendo humanos. Enki es el alter ego de Gilga, el lado obscuro y animal de su alma, el complemento de su desasosegado corazón. Cuando Gilga encuentra a su amigo, se transforma de un odiado tirano en un protector de su ciudad. Ambos Titanes se humanizan gracias a la amistad: el semidios y el semibestia se hacen hombres. El hombre es un tinku de energías contradictorias
En nosotros hay dos inclinaciones: una racional, que busca el control de las cosas, que maximiza los recursos y los esfuerzos, que busca la eficiencia, todo lo cual supone la escasez y, otra, intuitiva, instintiva, imprevisible que se basa en la abundancia de la biodiversidad y busca el compartir y disfrutar. Nuestros dos lóbulos cerebrales. Ser hombre, pues, parece que es algo que tiene que abarcar a ambas energías. Una economía humana, pues, debería contener a ambas: lo que podemos llamar las energías yang y las energías yin. Volveré sobre ello.
La ciudad
¿Cómo se civiliza a un macho salvaje? Anoticiado de su existencia, Gilgamesh le pone una trampa a Enkidu en la persona de una hija del gozo: “Ve, cazador, y llévate contigo una cortesana, hija del gozo. / Cuando (Enkidu) lleve al manantial a beber a su manada / que se quite sus vestidos y revele sus encantos / Apenas la vea, se acercará a ella / Extraña le resultará (después) la manada que ha crecido bajo su égida”. Cuando Enki, después de seis días y siete noches de amor y de sexo, se levanta, ya no es el mismo. La mujer ha hecho el milagro. Tres mil años más tarde revivirá este prodigio en las Cortes de Amor pirenaicas que abrirán las puertas a la aparición de las Vírgenes Negras y a monedas femeninas.
El mito añade: Cuando se sació del placer que ella le daba / quiso volver a su manada / pero, al ver a Enkidu, las gacelas se espantaron / y las bestias salvajes evitaron su contacto. / Enkidú las persiguió, pero su cuerpo estaba ya sin fuerza / sus rodillas se paralizaron mientras su manada se alejaba. / Enkidu estaba débil; ya no corría como antes. / Mas, de golpe, se le abrió la comprensión de las cosas y su inteligencia se despertó. Parece haber dado un paso de no retorno. Es llevado a la ciudad: ”Ven Enkidu al recinto de Uruk / donde los hombres se adornan con cinturones / donde cada día hay fiestas / donde cantan por doquier con cuerdas y tambores / van adornados de joyas y perfumes. Le dan a probar pan y cerveza. “Come pan Enkidu / es señal de vida urbana / bebe cerveza / es la costumbre del país. Otros hábitos y costumbres. Ya no es cuestión solamente de cazar o recolectar.
El mito, pues, cuenta el origen de la civilización: de la civitas: de la ciudad. Las murallas de Uruk producen algo nuevo que podemos condensar en el concepto de Separación; la separación de la naturaleza produce la cultura, es decir, el surgimiento de lo artificial, creado por el ingenio humano. La ciudad genera también algo que podemos llamar Seguridad, que permite reducir la incertidumbre y hacer previsibles las cosas y, con ello, aparece la Duración que segrega instituciones que almacenan la energía social: baterías económicas que reducen la disipación, en vista de las Vacas Flacas. También canalizan la Especialización que igualmente produce la ciudad. De pronto, pues, aparecen cosas e instituciones que van más allá de una vida humana. Duración y Permanencia. El devenir se va convirtiendo en ser. La percepción del tiempo, asimismo, empieza a cambiar. El círculo se va convirtiendo el línea: en flecha. Las murallas de la ciudad traen también consigo las leyes: las reglas del juego necesarias en un espacio reducido. A nivel de las energías psíquicas, las murallas de la ciudad despiertan la conciencia del individuo; el yo que, cual muralla psíquica, protege de los otros yos. Demasiada cercanía. Tal vez, el ego, nace también con la ciudad.
La semilla del Progreso
Toda la epopeya de Gilgamesh está henchida de un mensaje no explícito pero muy evidente: la civilización y el progreso acontecen en la ciudad que es, por así decir, el lugar “natural” y verdadero de la morada humana. De ahí proviene la percepción de que no nos parece natural, vivir en un estado natural: valga la paradoja. Finalmente, la ciudad no sólo es la morada de los hombres, sino también de los dioses.
Utanapistim le dijo a Gilgamesh: / “Voy a revelarte, Gilgamesh; un secreto / y a decirte a ti un misterio de los dioses / Shuruppa: conoces bien esta ciudad / situada a orillas del Eufrates / en los tiempos antiguos, cuando los dioses moraban allí / los grandes dioses decidieron suscitar el Diluvio”.
Es, pues, de seres humanos y divinos morar en la ciudad. Los animales campan en la natura como el salvaje Enkidu. En la naturaleza se pesca, se caza, se recolecta; ella satisface nuestras necesidades. Pero, he aquí, que desde el punto de vista urbano, en la naturaleza habita el mal. Chuwawa mora en el bosque de los cedros, lo cual es razón suficiente para aniquilar ese bosque. Aparece el dualismo maniqueo. El salvaje Enki, que vive en la naturaleza, tiene la apariencia de un hombre, pero es un animal: pues no vive en la ciudad, es incontrolable y hace daño. Es menester, pues, separar la ciudad, como símbolo de lo humano: de la civilización: de la no-naturaleza, de su entorno, a través de una muralla inexpugnable. Enkidu se vuelve hombre cuando va a la ciudad.
El estado natural de las cosas, pues, es visto como imperfecto y malo. Nuestra naturaleza debe transformarse, civilizar, cultivar. Es más, debemos luchar contra la naturaleza, doblegarla, someterla y transformarla. Simbólicamente, la naturaleza es mala, es insuficiente y peligrosa. Se vuelve buena, es decir, humana, recién cuando a través de la cultura y la educación, nos liberamos de ella. Humanidad y civilización van juntas. Este mito nace entonces.
Ahora bien, lo notable de estas obviedades y, por ello lo consigno, es que fueron escritas antes que se redactara el Génesis: “Dominad la tierra” y muchísimo antes que Bacon que, en el Novum Organum, habla de “vencer a la naturaleza”, “capturarla”, “constreñirla”, “hacerla esclava”; no hablemos ya de Descartes que, con su Método, nos promete lo que ya Gilamesh lo dice mejor y más bellamente. La mirada de la mayoría de los economistas no va más atrás de Adan Smith. Las tablillas más antiguas de la epopeya de Gilgamesh datan del período entre 2150 y 2000 años antes de Cristo. Para la ciencia bíblica contemporánea no es un misterio ni una provocación afirmar que la literatura hebrea se inspira en este epos. Pero, claro, esta es sólo una parte de nuestra historia; la otra es la de las Diosas Madres de la Vieja Europa que Marija Gimbutas nos descubriera a finales del siglo pasado. Ello tendrá que ver con la construcción de la otra columna sefirótica de la economía.
Una remota Mano Invisible
Al comienzo, Enkidu era el terror de los pastores; se cruzaba en su camino cuando cazaban o querían cultivar la naturaleza, echándoles a perder el esfuerzo. Digámoslo con las palabras de un pastor aterrorizado: “Tuve miedo y no me acerqué a él / el llenó los hoyos que yo había hecho / arrancó por todas partes las redes que había tendido / hizo escapar de mis manos las fieras y las bestias salvajes / y no me deja cazar nada en la estepa”. Después de su humanización, vale decir, de su civilización, se produce, como ya vimos, una súbita y radical transformación: trabaja a favor de lo que antes negara: De noche, los pastores pudieron acostarse / El es quien mataba los leones / del sueño de los viejos pastores / Enkidu era el guardián / hombre siempre despierto, guerreo único. Aquí nace, en realidad, “el hombre vigilante”, del que habla Javier Roiz [2], del comienzo del Gótico, cuando el capitalismo ultima las condiciones subjetivas para despegar industrialmente.
Pero vayamos a la Mano Invisible. A través de la educación de Enki, la humanidad domestica y controla el caos, es decir, el mal que asolaba y contrarrestaba el bienestar de la ciudad. Ese instante puede ser interpretado así: Enki produce daño, cierto, pero he aquí que con la ayuda de su propia fuerza es posible transformar ese daño en algo bueno para la ciudad. El mal puede producir el bien y viceversa. Se trata de la conocida paradoja que el fariseo Pablo, en Rom 7: 14, formuló insuperablemente así: » (…) el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” y que Goethe, en el Fausto, formuló al revés: “(Soy) una parte de aquella fuerza que continuamente quiere el mal y continuamente produce el bien”. Dicho de otra manera: los vicios privados producen virtudes públicas, como lo formulara Bernard Mandeville. Hoy se adscribe al Mercado la capacidad de transformar el mal: el egoísmo, la persecución de los propios intereses sin tener en cuenta los interese de los demás, en bien: generosidad y posibilidad de redistribución ampliada. No es un cuento anti socialista; las energías antagónicas: Fermión-Bosón, funcionan contradictoriamente.
¿Un Punto de Saturación ya entonces?
La búsqueda del Bliss Point: la inmortalidad, es el hilo rojo de la epopeya. Primero, Gilga la busca en la construcción de la Muralla; luego intenta maximizar su propiedad y sus ganancias a través del extractivismo: talar bosques a mansalva; después, es el primero en recurrir a la tecnología de la Escritura para perpetuar su Nombre. La palabra escrita, en efecto, trasciende el cuerpo, como lo demuestra este comentario del Epos. Ahora bien, lo más interesante de todo es que la dimensión de maximizar el prestigio y la fama, a través de la escritura, reemplaza la función utilitaria del consumo que le es ofrecida, por la Siduri, la camarera de la epopeya, como una suerte de paraíso consumista, como un resort exclusivo del carpe diem, que recogerá, más tarde, el Eclesiastés, más minimalistamente. “Gilgamesh ¿a dónde corres así al azar? / La vida que buscas no la podrás encontrar / Cuando los dioses crearon a la humanidad / la muerte fijaron para los hombres / y, la vida, la guardaron en sus manos. Por ello, Gilgamesh, sacia tu apetito ahora / busca el placer todo momento / organiza fiestas diariamente / haz música y baila de noche y de día / cúbrete de ropa glamorosa / báñate en la alberca y perfúmate la cabeza / mira al hijo que te coge de la mano / que tu esposa venga sin cesar a alegrarse en tu seno / pues, tal, Gilgamesh, es el destino del hombre”.
¿Cómo reacciona Gilga ante esta oferta de consumo hedonista? Sorprendentemente la rechaza; pues le aleja de su búsqueda de Utanapistim, el único sobreviviente del Diluvio, del que espera le enseñe el remedio contra la muerte. De un golpe, pues, el mito pone de cabeza la maximización de los placeres consumistas, que la economía de mercado se esfuerza, hoy, por vendernos como parte de nuestra propia naturaleza, y Gilga se aboca a lo que le pueda hacer trascender la frontera de la muerte.
Después de haber encontrado a Utanapisti, Gilga recoge de la profundidad del mar una planta que le proporcionará la eterna juventud: el Árbol de la Vida. Mas, pronto se duerme, fatigado por sus hazañas, y vuelve a perder la planta. Así, esa errancia hasta los confines del mundo sucumbe ante el sueño: el inadvertido hermano de la muerte. Al final Gilgamesh, nuevamente, pierde lo que ha buscado vanamente. Como Sísifo debe experimentar que su meta se le escapa siempre, que no puede encontrar el punto de saturación definitivo.
Los fundamentos de las cuestiones económicas
Maravilla la larga duración de ciertas constantes. Hemos sido testigos del gran drama de la separación del hombre de la naturaleza, entendida como liberación y distancia. Paradójicamente, en ese mismo instante, aparece una nueva dependencia entre los seres humanos mismos, más inexorable, aunque el urbanícola, subjetivamente, se sienta emancipado. Aparece el auto engaño estratégico. Los vínculos no se rompen: se transforman, se camuflan, se esconden. Se cambia sociedad por naturaleza; armonía con la impredecible naturaleza por armonía con los impredecibles seres humanos. En ese tránsito, la sagrada naturaleza se convierte en una profana fuente de recursos. El yo humano empieza a descollar y con ello lo privado. Gilgamesh construye la Muralla para separar la ciudad de la naturaleza y crear un nuevo espacio para un nuevo modo de vida, hasta hoy irresistible, y que sigue impulsando las migraciones a las urbes: el locus clásico del capitalismo.
También hemos visto el comienzo de los esfuerzos por convertir a los hombres en máquinas laburantes; es decir, que hay una relación muy patriarcal entre tiranía y productividad: incremento de energía fermiónica. Dicho al revés: las relaciones interhumanas: familia, ocio, fiesta: energías bosónicas, son un estorbo para la maximización de los rendimientos y la concentración de la riqueza. Asimismo, hemos contemplado el surgimiento de la división del trabajo, es decir, que con la ciudad aparece la especialización y también una mayor oferta de bienes y servicios.
El tema de la Mano invisible muestra cómo lo malo, domesticado, termina sirviendo al bien, del mismo modo como, en el Aikido, con la energía del adversario, con esa misma fuerza, se le doblega. Ve la luz también el hedonismo y el utilitarismo en la forma como la camarera Siduri le enseña a Gilga el carpe diem, como un modo de vida urbano.
¿Es buena o mala la naturaleza humana? Esta pregunta sigue siendo de importancia para la economía política. Si se piensa que el hombre es malo por naturaleza, que es un lobo para los demás: Hobbes, se hace necesaria la mano fuerte del tirano. Si, por el contario, se asume que el hombre es bueno por naturaleza: Rouseau, se puede establecer una sociedad liberal. El mito nos enseña la paradoja: nuestros héroes son buenos y malos al mismo tiempo, como nosotros.
Al lado de estas semillas proto capitalistas, aparecen también las semillas de la Reciprocidad: del don, bajo la figura de la amistad de Gilga y Enki: un amor, en este caso, significativamente homoerótico, que sirve para activar todo lo que es cualitativo, no utilitario, desmesurado, gratuito y que se condensa en el esfuerzo de Gilgamesh de conquistar, ¡ay! vanamente, la inmortalidad: la sostenibilidad durable.
El mito termina enseñándonos que, después de tanta agitación: perseguir al viento, ningún progreso se consolida eternamente. Los dioses, parece, gustan castigar la hybris con diluvios.