El Derecho al Amor
Los Derechos Humanos en el campo de la sexualidad, los afectos y las emociones:
1. Todos tenemos derecho a querer y a ser queridos en este mundo diverso, sin que nadie pueda verse excluido o discriminado por razones de género, orientación sexual, etnia, origen, clase socioeconómica, edad, religión, etc.
2. Todas tenemos derecho a elegir libremente compañero/a (s) sin imposiciones sobre el género o el número de compañeros/as. También tenemos derecho a elegir la soltería sin sufrir las presiones de nuestro entorno.
3 Todas tenemos derecho a relaciones igualitarias donde no exista la división de roles tradicional y en las que podamos repartir las cargas de trabajo de un modo equitativo o equilibrado. Todos tenemos derecho a ser bien tratados y a tratar bien a los demás. Tenemos derecho, pues, a tener relaciones amorosas sanas y bonitas, sin jerarquías ni luchas de poder.
4 Todos tenemos derecho a iniciar o romper nuestras relaciones amorosas o sexuales con libertad, por ejemplo cuando no nos apetece continuar compartiendo o conviviendo con la pareja, sin coerciones de tipo legal, económico, social, moral o religioso.
5. Todos tenemos derecho a controlar nuestra sexualidad en el ámbito de la reproducción, tener acceso a métodos anticonceptivos o elegir libremente la maternidad/paternidad, tanto cuando se tiene pareja, como cuando no se tiene.
6 Todas tenemos derecho a expresar nuestras emociones en público o a no expresarlas si no es nuestro deseo. Esto supone también que todas somos libres para mostrar nuestros afectos en lugares públicos sin discriminaciones basadas en nuestro aspecto físico, nuestra edad, color de piel, clase social u orientación sexual.
7 Todos tenemos derecho a tener relaciones monogámicas o poliamorosas, abiertas o cerradas, efímeras o eternas, y renovar los acuerdos conyugales como nos apetezca o según las circunstancias vitales de cada persona. Tenemos derecho a inventar, probar, y buscar nuevas estructuras emocionales al margen de los modelos tradicionales basados en la pareja heterosexual y monogámica.
8 Todas tenemos derecho a formar comunidades amorosas donde nos unamos con la gente por lazos afectivos, de amor o amistad, sin estar determinados por el parentesco o por la monogamia obligatoria. Podemos elegir vivir con una persona o con varias, fundar una familia con quién nos plazca, y elegir nuestro grado de implicación afectiva o sexual en cada una de nuestras relaciones.
9 Todos tenemos derecho a comprometernos, a no comprometernos, o a elegir el grado de compromiso de mutuo acuerdo con la o las parejas. También tenemos derecho a celebrar nuestro compromiso con una gran fiesta o en la intimidad, derecho asimismo a no celebrarlo.
10 Todas tenemos derecho a disfrutar de nuestra sexualidad y nuestro erotismo sin coerciones. Tenemos derecho al placer, a la ternura, al juego y al amor. Y también tenemos derecho a ser respetados/as cuando no queremos tener relaciones sexuales o establecer lazos sentimentales.
Lo dice Amnistía Internacional: amar es un derecho humano.
Todos los seres humanos tenemos los mismos derechos en el ámbito afectivo, sexual y emocional. Tenemos derecho a amar a quien queramos, y a que nos quieran.
Parece algo muy sencillo pero en realidad no todas las personas que habitan el planeta pueden vivir sus amores con libertad. Vivimos en una cultura que reprime la expresión de nuestras emociones, que nos obliga a contener y controlar los excesos emocionales, que nos ofrece modelos de amor basados en un único esquema de pareja heterosexual monogámica, y que condena todas las desviaciones de la «norma amorosa».
Por eso las lesbianas, las bisexuales, los gays, las transexuales, los adúlteros, las poliamorosas, las parejas de ancianos, las parejas de niños o las parejas de diferente clase socioeconómica, han de ocultar sus relaciones cuando no están bien vistas en su comunidad porque se desvían de esta «normalidad».
La normalidad no es natural, sino construida. Cada cultura tiene sus normas, prohibiciones, tabúes, costumbres amorosas, de modo que en cada una de ellas se prmueven unos modelos y se condenan otros. En muchos casos las relaciones que se desvían de estas normatividad han de ser vividas en la clandestinidad o han de ser eliminadas, invisibilizadas o rotas. Los castigos para los y las que se desvían de la norma son variados: pueden ir desde una simple condena social desde el entorno próximo (aislamiento, rumores, rechazos), hasta una pena de cárcel o de muerte, como sucede en un gran número de países donde los homosexuales son golpeados y torturados, las lesbianas sufren «violaciones correctivas» y las mujeres casadas que han querido divorciarse o son infieles a sus esposos son apedreadas hasta la muerte.
Por todo esto se hace necesario reivindicar una serie de derechos fundamentales en el ámbito afectivo, sexual y sentimental porque están siendo pisoteados a diario en muchos países del mundo. Son millones las personas que no pueden vivir su amor por miedo a las leyes que prohíben determinados tipos de relación sexual/sentimental.
Es preciso que defendamos el derecho a querernos como nos plazca, a juntarnos como deseemos, a probar formas más bonitas e igualitarias de relacionarse. Tenemos derecho a construir las relaciones desde la libertad y no la necesidad, a probar nuevos esquemas de relación, a construir relaciones sin la carga de prejuicios y estereotipos que hoy posee.
Porque el amor es el amor, y afortunadamente cualquier puede sentirlo y vivirlo, forma parte de nuestra condición humana. Tener afectos es algo fundamental para nosotros y nosotras, tenemos derecho a poder elegir y construir nuestras relaciones de afecto, de erotismo, de pasión, inventar nuevas categorías amorosas más allá del romanticismo patriarcal, querernos sin poseernos… o seguir los patrones tradicionales, pero con libertad para elegir y siempre respetando los derechos humanos y las libertades de los demás. Estos derechos se ejercen desde el respeto y la empatía hacia los otros, la sensibilidad hacia sus sentimientos/emociones, las ganas de relacionarnos desde el cariño, la sinceridad plena y la comunicación fluida.
Solo tenemos que visibilizar la importancia del derecho a amarse con libertad, porque lo personal es político: nuestras comunidades deberían poder garantizar estos «derechos emocionales» para todos sus habitantes.
Amar, pues, ni es pecado ni delito: es un derecho fundamental.
Por: Coral Herrera Gómez