Comprar y tirar, el motor de la sociedad de consumo

Sin-título-161LA LOCURA DE LA CADUCIDAD PROGRAMADA

BOLPRESS: La Habana (PL).- En un cuartel de bomberos en Livermore, California, Estados Unidos, funciona sin interrupción desde 1901 una bombilla eléctrica fabricada en Shelby, Ohio, en 1895. El inventor Adolphe Choillet creó un filamento para que la lámpara tuviera larga vida. Un siglo después, en muchos países la duración media de un teléfono móvil es solo un año, mientras un ordenador alcanza dos, y en cuanto a las bombillas, cada año van a la basura siete mil millones en todo el planeta.

En la actualidad, la mayoría de las empresas que diseñan productos, como los electrodomésticos, lo hacen con el objetivo de que sus artículos duren menos tiempo para aumentar sus ventas, es lo que se conoce como obsolescencia programada, una práctica extendida en todo tipo de industrias. Así, mucha gente desconoce que cuando va a comprar un aparato electrónico este tiene predeterminado su vida útil de antemano. Un negocio redondo para las empresas y los bancos; no para el medio ambiente, el consumidor y la sociedad.

Entre quienes denuncian esta práctica de producción para la comercialización hay personas como Benito Muros, un empresario español que lidera el denominado movimiento sin obsolescencia programada, quien señaló a la prensa en La Habana que los artículos duran muy poco de forma premeditada.

Muros ha ayudado a desarrollar bombillas que pueden durar más de 100 mil horas de uso, las cuales reducen el consumo en 92% respecto a las incandescentes y 68,4 respecto a las de bajo consumo, con la consiguiente reducción en 70% de las emisiones contaminantes de dióxido de carbono a la atmósfera. La bombilla de Muros equivale a una de 60 vatios, pero solo consume 6,5 y puede durar 80 años.

Para este empresario, “si una lavadora podría durar 30 o 40 años, no tienes que comprarla tres o cuatro veces durante toda tu vida”. El especialista llevó a la isla caribeña su idea de construir la primera bombilla eléctrica reparable del mundo, que podría ser fabricada en un futuro totalmente en Cuba. Muros desarrolló junto a un grupo de especialistas una técnica para elaborar una línea de luminarias que por su rehabilitación tienen una vida útil de muy larga duración, y dijo a la prensa nacional que escogió a Cuba para esta experiencia por su apego a la protección de las personas y el medio ambiente.

Muros expresó a la prensa nacional que escogió a la isla caribeña para esta experiencia por el apego de los cubanos a la protección de las personas y el medio ambiente. “Para mi Cuba es un lugar estratégico, entrañable, es como mi segundo país, con el cual comparto los términos de sostenibilidad y medio ambiente (…) aquí se preocupan por las personas, por hacer las cosas duraderas y de otra manera a cómo se hacen en occidente”, agregó.

El visitante dijo en conferencia de prensa en La Habana que había acordado con el Ministerio cubano de Industria un memorándum de entendimiento para iniciar conversaciones con vistas a transferir esa tecnología, para el ensamblaje y posterior fabricación de bombillas de 6,5 vatios y luminosidad comparable a lámparas incandescentes de 100 watts.

Según recoge la historia, en 1881 el inventor estadounidense Thomas Edison desarrolló una bombilla que duraba 1500 horas. Treinta años después éstas tenían una vida útil certificada de 2500 horas. Un cártel que agrupaba a los principales fabricantes de Europa y Estados Unidos acordó en 1924 limitar la vida útil de las bombillas eléctricas a 1000 horas.

Posiblemente, de acuerdo con varios investigadores, la bombilla fue el primer producto que haya sido víctima de la denominada obsolescencia programada, tras la reunión de un grupo de magnates en Ginebra el día de navidad de 1924, quienes crearon a Phoebus, el primer cartel para controlar la producción de bombillas y repartirse el mercado mundial. Querían intercambiar patentes, controlar la producción y los consumidores, y que estos compraran bombillas con regularidad, y si estas duraban mucho era una desventaja económica.

Tras la recesión económica de 1929-1933, fue introducido el concepto de obsolescencia programada y se propuso poner fecha de caducidad a los productos, con el fin de animar el consumo y alentar la necesidad de producir mercancías. Los expertos llaman la atención sobre una variante existente al respecto, la obsolescencia percibida, que se produce cuando la publicidad está orientada a crear en el consumidor la necesidad de poseer el último modelo de un objeto.

Se conoce como obsolescencia programada o planificada a la programación a propósito del fin de la vida útil de un producto para que sea viejo o inservible después de un tiempo calculado de antemano por el fabricante en la fase de diseño, como sucede con las bombillas actuales. Por medio de ese mecanismo, todos los productos van a fallar en algún momento, lo cual obliga a los consumidores a comprar otros para reemplazarlos y comenzar nuevamente el ciclo de compraventa.

Este concepto tiene por objetivo el lucro económico desmedido sin que tenga ningún valor el cuidado y el respeto por el medio ambiente ni por el ser humano, pues cada producto obsoleto supone una contaminación ambiental al deshacerse de él.

La locura de la caducidad programada

El incremento de la tendencia a programar la vida útil de los objetos llama la atención entre los expertos en momentos en que las desigualdades económicas y sociales se acrecienten en el mundo. Cuando compramos algún producto para utilizarlo estamos conscientes de que debe durar solo algún tiempo, aún cuando en la mayoría de las ocasiones queremos que estén con nosotros “siempre”.

Sin embargo, destaca el hecho de que cada vez más ese tiempo de uso se planea deliberadamente y, por supuesto, la realidad demuestra una disminución de la vida útil que va en detrimento de los consumidores. De ahí que los expertos alerten sobre el incremento del fenómeno de la caducidad u obsolescencia programada, el cual es entendido como la determinación de la planificación del fin de la vida útil de un producto o servicio.

Tras un período de tiempo calculado durante la fase de diseño de dicho producto o servicio, éste se tornará obsoleto, no funcional, inútil o inservible con el fin de que haya que comprar otro nuevo. Una falla programada o una deficiencia incorporada entran en escena desde la elaboración de los productos de consumo.

El documental “Comprar, tirar, comprar” es considerado uno de los materiales audiovisuales más acabados y completos sobre el tratamiento del tema. Muestra cómo los fabricantes producen artículos de baja calidad con el propósito de que se rompan lo antes posible y las personas necesiten comprar otros.

El documental se apoya en varios ejemplos para evidenciar su objetivo: baterías que se “mueren” a los 18 meses de ser estrenadas, impresoras que se bloquean al llegar a un número determinado de impresiones, bombillas que se funden a las mil horas, entre otros. Por ello afloran cuestionamientos inaplazables: ¿Cómo es posible que en 1911 una bombilla tuviera una duración certificada de 2500 horas y cien años después su vida útil se reducido a la mitad? Además hace palpable las desastrosas consecuencias medioambientales que provoca dicha práctica, considerada existente desde inicios del siglo pasado.

Algunos expertos subrayan que la obsolescencia programada es uno de los eufemismos empleados en economía para ocultar numerosas prácticas nefastas que sólo persiguen el beneficio de unos pocos. Como las economías modernas se basan en la deuda y el crédito, gran parte de los productos se planifican para durar mientras se siguen pagando.

Así se crea una dependencia entre producción, consumo y crédito, donde los flujos financieros se constituyen en el motor central, haciendo que el sistema financiero justifique su existencia, explican. Por tal razón, hablan de “motor secreto” de las sociedades de consumo, un modelo insostenible por los enormes daños a los recursos naturales, el beneficio de las grandes corporaciones y los perjuicios mayoritarios a las personas de menores ingresos.

Un artículo publicado en el sitio web www.lavanguardia.com, hace referencia a la amenaza de muerte a un español que inventó una bombilla que apenas gasta y dura más de dos décadas. Su vida y la de sus hijos fueron amenazadas cuando anunció la conclusión del invento si él decidía seguir adelante con su comercialización.

Se trata de una bombilla diseñada para durar unos 25 años, sin la fecha de estropeado programada que comparten, por cuestión de lucro, todos los aparatos electrónicos. El material explica que a principios del siglo XX los empresarios o suministradores de materia prima montaban sus negocios con dinero familiar. Fue entonces cuando los bancos llamaron a ampliar los negocios para aumentar las ventas pues ellos se encargarían de otorgar los créditos.

Sin embargo, querían tener más y decidieron disminuir la vida de los productos, lo cual derivó en la concentración de la riqueza en manos de unos pocos que apreciamos en la actualidad. Ante tal situación el inventor español creó el movimiento Sin Obsolescencia Programada, al que esperan se unan fabricantes conscientes de que crisis de endeudamiento como la actual son evitables. Todas esas materias primas que se extraen del Tercer Mundo a precios muy bajos le son devueltas en forma de basura, acotó.

En un mundo de recursos limitados, aumento de la población y la pobreza, urge tomar conciencia y actuar ante el auge de esos mecanismos diabólicos de consumo solo encaminados a rebosar de dinero los bolsillos de unos pocos.

* Con reportes de la priodista de la Redacción Económica de Prensa Latina Masiel Fernández Bolaños.

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