“En las contradicciones de la sociedad individualizada, la relación con el otro género se convierte muchas veces en motivo de dolores y heridas. Para cuidar la economía del presupuesto psíquico los hombres y las mujeres empiezan a desarrollar estrategias para disminuir el riesgo, o sea, formas de comportamiento que incorporan intentos de autoprotección. Señales evidentes de ello se observan en gente que tiene miedo a comprometerse, y sostienen una desconfianza frente a cualquier forma de vincularse, pues quien de entrada no quiere concebir grandes esperanzas no sufrirá grandes decepciones”
(Elisabeth y Ulrick Beck)
Las relaciones amorosas sin sexo son estrategias para sobrevivir en un mundo individualista en el que todo el mundo se organiza de dos en dos. La pareja heterosexual tradicional es el modelo que la mayor parte de la gente sigue, de modo que los y las que no tienen pareja acuden a los eventos sociales y su soledad se hace más evidente, sea o no elegida. En los actos sociales, bodas, entregas de premios, cenas de navidad, comidas familiares etc. la soltería se nota porque los espacios y la estructura del evento están hechos para las parejas heterosexuales: todos se sientan junto a la pareja, y lo que se hace es tratar de juntar a los solteros a ver si abandonan su cruel condición.
En este mundo de dos a dos, sin embargo, es cada vez más común que establezcamos alianzas de cariño y ayuda mutua para hacer frente a la soledad con personas con las que no establecemos vínculos eróticos, sino afectivos. Gente a la que queremos, con la que nos gusta compartir nuestro tiempo, con la que tenemos una relación sincera y profunda. Puede ser un ex novio, una cibernovia, un amigo homosexual, una compañera de trabajo, un futuro amante, un grupo de gente de tu infancia.
Lo mejor sin duda de estas relaciones intensas en el que el cariño fluye bidireccionalmente sin agotarse, con toda la libertad para estar y para no estar, y la posibilidad de tener otras amigas y amigos con los que compartir cosas diferentes. No existe la posesividad, ni el misterio, ni el miedo a perder a la otra persona, porque no exigimos fidelidad ni permanencia las 24 horas del día, no exigimos que el otro colme todos nuestros deseos y expectativas. Y a veces la comunicación fluye más libre y sincera que en el seno de una pareja tradicional.
Lo mejor de los amores sin sexo es que puedes hablar todos los días por teléfono o tirarte tres semanas sin hablar; y no pasa nada. Puedes irte con ellos o ellas de vacaciones, o no, dependiendo si te apetecen las mismas cosas o si a cada una le tira un sitio diferente. Puedes rechazar una invitación al cine si estás perezosa en casa; los amigos no necesitan explicaciones.
Además de toda esta carga de complicidad y sinceridad mutua, creo que los amores sin sexo tienen otra ventaja: se ven libres de las luchas de poder que atraviesan, en general, las relaciones humanas. A los amigos y amigas se les disfruta como son, no se les trata de dominar, ni de modelar, ni se les juzga porque se les quiere tal cual. Cuando la gente se quiere tal y como es, se ama también la libertad y los espacios y tiempos privados de la persona. Así es fácil que nuestro amor se sienta atraído por nuestra libertad y que no quiera acabar con ella, sino compartirla.
Si bien hoy es fácil echarse un polvo una noche loca, lo difícil es que de ahí surja una aventura por las profundidades de las almas que se unen. Y es que desde que Platón diferenció entre el cuerpo y el alma, las bajas pasiones y las altas, la amistad y el erotismo, tendemos a jerarquizar afectos. Por eso se habla con desprecio del polvo pasajero frente a hacer el amor con alguien a quien quieres, por eso se diferencia entre amigos de verdad, amantes, follamigos, conocidos, o pareja formal. En esta jerarquía afectiva, hay grados de apertura hacia el interior, y una entrega condicionada, según nos convenga o nos apetezca.
La revolución sexual de los 70 liberó el deseo y el cuerpo; pero la posmodernidad inauguró una nueva forma de represión: la represión sentimental. Y es que como nos encanta clasificar, definir y separar, somos propensos a diferenciar entre amor, sexo y amistad, cuando en realidad todo es lo mismo: los humanos establecemos relaciones afectivas de diferentes intensidades y grados.
Lo que sucede es que nos agarramos a las etiquetas y tendemos a colocar a una en un plano superior al resto de las etiquetas. Es por ello que al jerarquizar afectos confiamos más en la solidez de un matrimonio que en una relación erótica de carácter esporádico. Además, tendemos a separar acto sexual y fusión de almas como si lo primero fuese físico y lo segundo fuese espiritual,
empobreciendo nuestras relaciones eróticas, al mutilarlas de su dimensión afectiva. Reducimos nuestro mundo amoroso si partimos de las dicotomías entre sexo sin amor/sexo con amor, amistad/amor, pareja/amante, etc.
Y no solo no tenemos sexo con la gente que no nos importa demasiado, sino que a veces establecemos relaciones muy fuertes con parejas con las que no tenemos sexo, de modo que el erotismo queda en un tercer plano y se crean conexiones de afecto y comunicación en otros niveles.
Los amores sin sexo serían, por ejemplo, aquellos que existen en matrimonios de más de 30 años de convivencia en el que aunque ya no comparten cama persisten los hábitos de la rutina en común, y el cariño. O dos ex que han logrado eliminar la tensión sexual (o al menos trabajan por evitarlo) en pos de una relación amistosa, profunda, llena de cariño. O los amores a distancia con gente con la que no podemos, pero querríamos estar. O los amores de una hetero y un homosexual, de una lesbiana y una hetero, de una lesbiana y un homosexual, de una lesbiana y un hetero…
Serían amores sin sexo los que tenemos con determinados amigos a los que adoramos con locura y con los que compartimos afinidades y cierta cotidianidad. A veces se nos podría pasar por la cabeza enzarzarnos en un loco abrazo pasional, pero nos frenamos en nombre de la amistad y en el miedo a que todo cambie tras compartir placeres.
Las razones por las que no existe el sexo en el seno de estas relaciones íntimas son muy variadas. En la mayoría de los casos sería la falta de atracción sexual. En otras, un ejercicio constante de represión en pos de una relación armoniosa y equilibrada, un deseo de tener una relación igualitaria no basada en la dependencia, alejada de los sufrimientos de la pasión.
Y es que el sexo complica muchisimo las relaciones humanas, ya que vuelve opaco lo transparente. El sexo dispara unas emociones de carácter ancestral que nos sacuden los cimientos y nos descolocan, lujo que no podemos permitirnos si no queremos romper nuestra frágil estructura vital y familiar. Necesitamos controlar estas emociones para que no nos puedan, para que no nos impidan ir a trabajar o concentrarnos en nuestras tareas, para que no nos desestabilicen, para que no nos destrocen la rutina del día a día.
Lo mejor que tiene la amistad es que no es exclusiva, como el amor. Uno puede tener amigas y amigos del colegio, del instituto, la universidad, el barrio, el pueblo donde se veraneaba, el grupo de teatro, los compañeros de trabajo, la gente que una conoce en los viajes, etc. A veces nos aferramos a la amistad como fuente absoluta de estabilidad, buscando eso que el amor romántico no nos da. Y pensamos en el sexo como algo sucio que va a destrozar esa estabilidad.
Por eso es habitual que la gente declare preferir no caer en la relación sexual, no ceder ante el deseo, no estropear una relación bonita. Y cuanto más grande es el remordimiento, más se agranda el deseo; ya saben, lo de lamentarse con el no deberíamos cuando estamos deseándolo. La represión generalmente crea el efecto contrario a sus objetivos iniciales; no es fácil sostenerla durante mucho tiempo sin acabar sucumbiendo a su poder.
A pesar de ello, son muchos los amantes que no quieren bajar de su pedestal platónico para vivir su historia carnalmente. Hay gente que se ama toda la vida sin apenas verse o tocarse, porque se alimenta de imaginaciones y recuerdos, de breves comunicaciones, de silencios compartidos. También están las relaciones con gente de otros continentes gracias a las redes sociales, las webcams, los chats, etc. O los amigos y amigas más íntimos, que son a veces para nosotras grandes amores a los que no queremos perder nunca. Y una forma de tener siempre a una persona es no poseerla jamás. Por eso distinguimos entre la gente con la que establecemos vínculos más sólidos y duraderos que los del erotismo, y gente con la que disfrutamos de una loca e irresponsable lujuria sabiendo que está prohibido, que es imposible o que durará lo que dure la atracción sexual.
En cambio, las relaciones amorosas que permanecen dentro de los cauces de la amistad, al estar basadas en la libertad (la familia te la imponen pero los y las amigas se eligen), son relaciones que construimos nosotros a base de generosidad, comunicación, experiencias comunes, recuerdos compartidos, proyectos en marcha. La amistad muchas veces se idealiza en mayor medida que las relaciones amorosas de pareja porque ofrece una estabilidad e incondicionalidad que no se consigue a través de nuestros encuentros sexuales con la gente.
La posmodernidad está llena de hipótesis y diversas propuestas de convivencia, es abundante en ofertas de modelos eróticos y amorosos, es intensa en la búsqueda de otras formas de quererse. Necesitamos compañía, necesitamos sexo, comunicación, afectos, intimidad, risas y caricias, y lo único que tenemos es el presente.
Así que disfrutemos dandonos amor!