Recuerdos: resistencia, tortura y exilio
- Años en que la vida no tenía precio, en que los que amaban la vida la ofrecían para que otros no la perdieran, para que otros vivamos en libertad. Como resultado de las acciones de resistencia a la narcodictadura de García Meza, jóvenes militantes de izquierda nos diseminamos por diferentes partes del país para apoyar, organizar y movilizar la resistencia popular. Me tocó ir hasta Siglo XX, el Leningrado boliviano le decían los fanáticos admiradores de la revolución rusa de 1917. Con la ayuda de los compañeros mineros de nuestra organización política, Vanguardia Obrera (VO), que la dirigían Filemón Escóbar, Rafael Puente, Gregorio Lanza, Sonia Montaño, Ricardo Catoira, Javier Medina, Iván Avilés y otros, me dirigí al centro minero con el mandato de apoyar la resistencia desde nuestras células revolucionarias. Perfil bajo, sólo labores de apoyo en formación y logística, eran las órdenes.
Ya había estado, antes del golpe de Estado, en Siglo XX, pues, en aquellos tiempos, para alguien que se preciaba de ser revolucionario era un pecado no conocer la “cuna del proletariado boliviano”. Siempre me llamó la atención su descuidado estado: sus calles sucias y edificaciones deterioradas por dentro y por fuera (antes de la nacionalización, me decían los viejos mineros, todo esto brillaba). También me llamaba la atención el poder del sindicato minero y de la radio Pío XII en cuanto a su capacidad de convocatoria y de adoctrinamiento socialista. Los dirigentes mineros se reunían durante las noches en las famosas “escuelas de cuadros” que tenían la mayoría de los partidos políticos de izquierda que se disputaban la simpatía de los trabajadores. Las amas de casa siempre atentas a defender que la canasta familiar esté llena a través de las entregas de raciones que hacía la pulpería de Comibol.
En contraposición y como cable a tierra, las calles repletas de negocios, cantinas y pensiones, me mostraban el otro Siglo XX: jóvenes en busca de la modernidad, mayores con bronca de no tener más de lo que se merecen, niñas soñando encontrar un “tipo” rico. Cuando vino la dictadura lo primero que hicieron fue acallar a las radios mineras y proscribir los sindicatos. Siglo XX sufrió bombardeos y después de días de resistencia, los militares lograron tomar el pueblo e instauraron un régimen de control y terror entre los mineros. Los famosos “tiras” y soplones estaban entre los propios trabajadores y se encargaban de denunciar cualquier acto de resistencia. Pero más podían las ansias de libertad que la mala leche de los vendidos. Siglo XX era la esperanza para derrocar a la dictadura y retornar a la democracia. Por ello había que ir a fortalecer la resistencia y, como buen “soldado de la revolución”, ahí estaba yo, en el valeroso Siglo XX, dispuesto a dar mi granito de arena para que la vanguardia minera continuara en la resistencia y lucha.
- Llegó el 1 de mayo de 1981. Desafiando órdenes y amenazas de la dictadura, los mineros organizan la concentración de los trabajadores en la plaza del Minero. Para los que estábamos involucrados en la organización y acciones de apoyo para la concentración, las noches se convertían en una verdadera odisea y segregación de adrenalina: ocultos en los socavones, pasábamos panfletos y escurriéndonos por las vacías calles del estado de sitio metíamos propaganda por la parte baja de las casas mineras.
- La concentración fue un éxito, miles de mineros, con sus esposas, estuvieron desafiantes en el acto de protesta. La dictadura se corroía en sus contradicciones internas. Como nunca en nuestra historia, el Estado había sido puesto al servicio de los intereses del narcotráfico, convirtiendo todo el andamiaje público en una plataforma para delinquir con coca y droga sin que nada los detuviera. Y prometían quedarse 20 años, como mínimo.
- Después de la marcha me retiraba, sigiloso, tomando todas las medidas de chequeo y contrachequeo, a mi cuarto. De repente, de una esquina salen cuatro “tiras” y me reducen llevándome a un vehículo del GES (Grupo Especial de Seguridad) encargado de la represión a “opositores y traidores a la patria”. Ahí empezó otro momento que marcaría mi vida: cárcel, tortura, cárcel, baleadura, sangre, dolor, esperanza. El 15 de junio, hace 32 años, a las tres de mañana, después de sobrevivir a las torturas, gracias a la Iglesia Católica y ACNUR, y protegido por ellos, tirado en la camilla de una ambulancia, subía al aeropuerto de El Alto para abordar Lutfhansa con destino incierto: el exilio. “No preguntes dónde, lo importante es que aproveches el salvoconducto y salgas a la libertad”, me decía, tomándome la mano, el funcionario eclesial que me acompañaba al aeropuerto.
- FUENTE: PÁGINA SIETE